Primera Persona › Textos PersonalesHielo en el alma del forastero (I)

Hielo en el alma del forastero o mi Valladolid contradictoria (I)

Siempre me he preguntado por qué Valladolid, la ciudad donde nací, vive de espaldas al río que la atraviesa. En realidad es una ciudad con dos ríos, el Pisuerga y el Esgueva, y ha preferido a uno de ellos, el Esgueva. Más bien ha optado por un fantasma de río, ya que el Esgueva actualmente es una especie de arteria seca, apenas con una hilo de agua. Cuando su cauce venía por la calle Miguel Íscar y pasaba por delante de la que fue casa de Cervantes, donde tuvo lugar aquel suceso del muerto en la puerta de la casa y por cuyo misterioso asesinato tuvo prisión el autor del Quijote, el Esgueva era un río terrible que se desbordaba con frecuencia e inundaba buena parte del centro urbano. Ahora este río está amaestrado y no lleva ni agua, y la ciudad lo mima, vive cuidándolo. En cambio, el gran río, el Pisuerga, un río noble que discurre hacia el cercano Duero en paralelo al Canal de Castilla, pasa por Valladolid casi como un forastero, sin que la ciudad advierta su presencia, salvo en alguna riada, y de manera hostil le da la espalda.

La sensación de ser forastero en mi ciudad me posee hace ya mucho tiempo, como a ese río. He vuelto periódicamente y he escrito sobre esa ciudad, sobre sus gentes y sobre su condición de ciudad de provincias que alcanza esa categoría universal de microcosmos. La ciudad ha cambiado mucho en los últimos años, ha crecido, y paulatinamente se ha rejuvenecido. La Valladolid que yo conocí en mi infancia y juventud ya no existe apenas, y encuentro en su ausencia una atmósfera de novela. Será por ello que la ciudad ha dado tantos novelistas, poetas y escritores.

Capital del Imperio, corte y centro de milagros en los siglos XV, XVI y XVII, ciudad que fue un centro cosmopolita, y en cuyas cenizas de mestizaje todavía guarda lo mejor que hay en ella -lo peor es precisamente ese dominio desconfiado que con los siglos trajo el aire rural y pequeñoburgués de mezquina presencia-, Valladolid tiene una historia profunda, que se adentra en los romanos, en los celtas, en los godos, en los árabes, que deja un rastro largo en la literatura hasta Delibes, pasando por Zorrilla, y hoy por una buena nómina de escritores, con o sin residencia en la propia ciudad. Tiene alguna que otra mala fama: en el teatro Calderón de Valladolid se fundó la Falange, y con la Guerra Civil enseguida los lobos falangistas y los pistoleros se aliaron al bando rebelde. Quizá por ello las generaciones posteriores tuvieron que cargar con el sambenito de fachadolid que alguien acuñó con maldito acierto (los fachas de apellidos deleznables como Vázquez de Prada y Miláns del Bosch camparon por sus anchas, pistola en mano, en la transición y algo después).

Pero no hay que olvidar que la Universidad de Valladolid, en el año 1973, fue cerrada por disturbios políticos, que siempre tuvo en su seno un grupo de demócratas que convirtieron a su campus en un lugar de enfrentamientos con la policía franquista, y que los sindicatos de izquierdas más los de cariz cristiano forcejearon durante décadas contra la brutalidad mafiosa de los sindicatos verticales, y que en los primeros meses de la Guerra Civil los obreros del ferrocarril se enfrentaron contra los golpistas en una descomunal masacre que la Historia -escrita por los últimos- ha olvidado pronto.


 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados