Otra Galaxia › Listado de columnas¿La sumisión como utopía?

¿La sumisión como utopía?

Patrick Modiano - Michel Houellebecq

 

 

 

 

 

 

 

 

27 de enero
         Se cumplen hoy setenta años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. Allí murió Dora Bruder, la adolescente de 15 años a quien Patrick Modiano dedicó su libro-investigación-novela titulado con el mismo nombre de la muchacha: ‘Dora Bruder’. Ahora, la noticia justiciera proviene de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, quien le ha dado el nombre de Dora Bruder a un paseo del Distrito 18. El libro de Modiano es emocionante y vivificador. Ahora el hecho de que una calle lleve el nombre de la joven supone un triunfo de la justicia, de la verdad y del bien sobre el mal. El lugar elegido no es casual, sino que tiene toda la fuerza del homenaje y la reivindicación, algo así como un grito contra el terror, la intolerancia y el nazismo (renacientes de muchas maneras hoy en día): se trata de una pendiente que une las calles Leibnitz y Belliard, el lugar exacto donde Dora Bruder vivió. No hay mayor triunfo de la vida sobre la muerte que iniciativas como esta. Aunque en realidad el verdadero triunfo de la vida habría sido que esta muchacha, de futuro truncado, hubiera vivido muchos años, hubiera dado mucha vida y amor y hubiera muerto en su cama, rodeada de sus seres queridos. El triunfo de la vida sobre la muerte siempre es vivir y no morir. El terror no solo es culpable de que eso no ocurra, sino de que la vida cercenada suponga la desaparición de muchas más cosas, de otras vidas, de otros lazos, de otros hechos de los que esa joven, por ejemplo, habría sido la protagonista. La protagonista de su vida, solo eso y ni más ni menos que eso. La iniciativa de Modiano de escribir sobre ella, de fabular sobre ella, ha permitido dotar de una cierta existencia a la Dora real. Esta es la fuerza de la ficción, que consolida como mito la verdad de la historia. Por su parte, la admirable iniciativa de la alcaldesa de París ha fijado la memoria de Dora Bruder en la ciudad de donde la expulsaron. Setenta años después, Dora vuelve a su calle.

3 de febrero
Leo ‘Soumission’, la polémica (no sé por qué) novela de Michel Houellebecq, cuyo contenido ha coincidido con los recientes atentados yihadistas de París y ha desatado una oleada de posturas a favor y en contra. Todos los libros y opiniones de este singular escritor sitúan al lector en ese límite de la decantación hacia un lado u otro. La novela, a grandes rasgos, trata de un profesor experto en literatura decimonónica que se ve atrapado por una realidad nueva en Francia: en el 2022, para evitar el triunfo de Marine Le Pen como Presidenta de la República, los socialistas apoyan a un nuevo partido, la Fraternidad Musulmana, cuyo candidato, Ben Abbes, termina por ser Presidente de Francia. Esto conduce al país a un clima de guerra civil entre los identitarios patrioteros y los musulmanes. El gobierno de Abbes modifica los planes educativos y la vida pública en general hasta imponer una ‘sharia’ aceptada por la mayor parte de la sociedad “con sumisión”.

Como bien escribió Emmanuel Carrère sobre este libro, la vinculación con  novelas utopistas como ‘Un mundo feliz’ o ‘1984’ es más que evidente. Además, los hechos que la novela describe –nada paródicos– son preocupantemente verosímiles. No es imposible, en un futuro cercano, ver una Europa con trincheras intelectuales, con recelos radicales, con miedos paralizantes y nacionalismos identitarios excluyentes. Y no es imposible porque se perciben síntomas de enfrentamiento político y social, bajo el amparo del terrorismo y de su rechazo. Lo que no se puede decir de la novela de Houellebecq es que sea una novela de derechas o de izquierdas: no va de eso, no tiene una tesis sectaria que exponer. Es una ficción distópica que, gracias a su naturaleza literaria, se convierte en una apasionante observación puntillosa de la política esclerotizada y patética a la que hemos llegado, sea de un lado o del otro. Si hay una crítica evidente y continua en la novela es a la frivolización en que la sociedad ha caído a la hora de explicarse a sí misma, y en eso Houellebecq no tiene piedad, es un azote de la hipocresía social, colonizada por una banalidad que ha dejado todo el terreno a los ultramontanos partidarios de las raíces profundas de la patria. En este sentido, el regreso a una medievalización del presente pone al mismo nivel a los hipernacionalistas y a los musulmanes islamistas. Y en la Edad Media, que es adonde puede que nos dirijamos, las disputas y diferencias se solventaban con la violencia, la lucha y el cuchillo.

Houellebecq, que no quiere complacer a nadie y solo es fiel a sí mismo, termina por ser rechazado por todos. Le critican que hable de que se han perdido valores que Europa fue capaz de exportar para iluminar al mundo. Quienes esto le reprochan son ciertos sectores, obviamente interesados en mantener su encastillamiento ideológico, que se apresuran a tildar de retrógradas o ultraconservadoras este tipo de advertencias, sin matizarlas. Es fácil aplicar esta etiqueta, ensordece y evita pensar. Precisamente uno de estos días Adela Cortina, experta en Ética, avisaba de que es inadmisible que siga habiendo derechas e izquierdas que no se escuchen ni se mezclen. Esto mismo es lo que denuncia Houellebecq. Hay que reconocerle arrojo a este autor. Soy, además de los que está convencido de que, ante el miedo, el individuo es el último reducto real de la valentía: los valientes están siempre solos, dan la cara y se conocen sus nombres y apellidos. ‘Soumission’, finalmente, es una novela distinta y envolvente, no menos moral y transgresora que las de Voltaire o Diderot, que congela la sonrisa en el asombro.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados