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La ropa de los amantes

 

 

 

 

 

 

 

 

11 de junio
Algunos se empeñan (me refiero a los críticos, a los editores, a los promotores) en decir que Jonathan Franzen, en su plomiza novela Libertad, vacía y escasamente original, se parece a Tolstoi. Pobres. Esto demuestra que no han leído a Tolstoi, porque en realidad, de parecerse a un ruso, a quien más se parece es a Gorki. Pero es igual, tampoco han leído a Gorki. Franzen –carente de escrúpulos– supongo que sí, porque nos ha dado Gorki por Tolstoi.
        
13 de junio
Hace años que la novela gráfica (también llamada “cómic”, pero siempre lejos de ser solo un “tebeo”) ha venido entrando en mi biblioteca para quedarse por derecho propio. Hay verdaderas maravillas en ese género que reúne en sí algo de arte, algo de cine y algo de literatura. Hay cómics superiores a novelas y cómics que son novelas o películas puras; cómics que no necesitan palabras para contar una historia (véase el asombrosamente bello Emigrantes, de Shaun Tan); incluso cómics que alcanzan cotas narrativas que algunos escritores aspiran a lograr sin lograrlo jamás. No exagero si digo que los comics de Cathy Malkasian (Percy Gloom o Templanza) tienen una dimensión kafkiana que habría fascinado al propio Kafka. O que la mejor variante actual, más imaginativa y perversa (por no decir saludablemente gamberra), de los cuentos de hadas es el Pinocchio de Winshluss. O que el ya clásico Maus, de Spiegelman, es el mejor relato-documento-testimonio sobre Auschwitz que se ha publicado, ¡y eso que es un cómic en blanco y negro sobre gatos y ratones!

Pero de todos, mis preferidos son los cómics-novellas del canadiense Seth, seudónimo de Gregory Gallant. Extraordinario, magistral, único. En España pueden encontrarse Ventiladores Clyde, La vida es buena si no te rindes o su obra maestra George Sprott 1894-1975. Poseen un magnetismo que recuerda a las construcciones narrativas de Perec. Además, absorben, porque siempre parten de una investigación, con diversas perspectivas, de la que el lector es cómplice. Ahora he leído su último cómic, Wimbledon Green, que gira en torno a las pesquisas sobre la figura enigmática de un coleccionista de cómics. De pronto, el relato, a priori banal, se convierte en una aventura poliédrica deslumbrante, con historias dentro de otras historias que llegan a conmover. Lo increíble de las novelas gráficas es que, por mucho que se recomienden, solo cuando se abren y se admiran se descubre el nuevo mundo que son. Además, desintoxican.

14 de junio
Tengo muy presente un insólito libro que leí hace siete años, y al hacerlo recupero la ambigua sensación, algo morbosa, de la envidia. Se titula L’usage de la photo. El título, de primeras, confunde, es equívoco; aunque luego, cuando se lee el libro, encaja como un guante. Es un libro más bien testimonial, casi privado, aunque si fuera totalmente ficticio, eso no le restaría ni un ápice de su capacidad sugestiva. Es un libro escrito a cuatro manos entre la francesa Annie Ernaux (gran escritora) y Marc Marie, su amante.

El caso es el siguiente: con sesenta y tres años, Annie Ernaux conoció a un tal Marc Marie, tuvo con él una relación amorosa, pasional, que pasó a ser extremadamente sexual sin perder la delicadeza más sensible y lúdica. Tuvo esa relación al mismo tiempo que se le declaraba un cáncer de pecho contra el que tuvo que combatir, quimioterapia y calvicie mediantes. Fue una relación furiosa en lo sexual y sutil en lo amoroso, pero siempre libre. Tal vez porque la vida y la muerte mezclaron sus sombras a la vez en esa época, apenas un año, entre las primaveras de 2003 y 2004.

Marc Marie era algo más joven que Annie Ernaux. Asumió la dura situación de la mujer que acababa de conocer. Apostó por la vida. Vivieron su amor en hoteles, en casas, en despachos, en todo tipo de lugares y de fechas (incluso el día de Navidad). La única condición era afrontar aquella historia desde la verdad, durase lo que durase. Y decidieron hacer siempre una foto a sus ropas, tiradas, dejadas por el suelo, confundidas según se desvestían llevados por la pasión. Cada foto testimonia un lugar, cada prenda arrebujada y sin contexto ubica un encuentro amoroso. La ropa de los amantes induce pero no muestra. La ropa de los amantes sin los amantes: el rastro, el escenario, la huella. Es nuestra mente la que compone lo que no se ve, lo que se sabe y se desea.

Decidieron publicar esas fotos con textos alternados, unos de ella, otros de él, relatando cada uno a su modo aquel amor y aquella lucha del cuerpo contra el cáncer. Vencieron ambos, el amor y el cuerpo. El relato de ella es natural, verdadero. El de él, que no es escritor, es meritorio, ingenuo. Es uno de los libros más veraces que conozco sobre la intimidad, sobre la pasión real, insospechada y sexual. He admirado siempre esa valentía de Annie Ernaux y Marc Marie, su invitación a dejarnos entrar en el espacio de esa ropa arrugada, desordenada por el suelo, en el límite de la voluptuosidad.

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados