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Breve guía fantasmal de Roma

El Greco

 

 

 

 

 

 

 

 

22-23 de marzo
Escribió Julien Gracq que en Roma “todo es aluvión y todo es alusión”. Paso varios días en esta ciudad que conozco bien, pero trato de darle la vuelta a los lugares que he frecuentado tantas otras veces. Los mitómanos como yo somos así, buscamos el halo extraño de los hechos o de las personas con que se impregnan las calles y el tiempo, y cuya huella va más allá de nuestra imaginación hasta crear una fantasía de uso particular. Una especie de espectro de los nombres; una fantasmagoría de las palabras. He aquí mi guía fantasmal:

1. El hotel Traiano, en Via Quattro Novembre; es viejo y lustroso, decadente, barroquizado por el recuerdo de las veces que estuvo en él Luchino Visconti, quién sabe para qué. Usado también, por razones ignotas, por Curzio Malaparte; visitado por norteamericanos nostálgicos; tugurio de espías soviéticos; refugio de condesas embalsamadas por Fellini y de viejos actores sin papel; toda una fauna de antaño que encalla aquí, en este bucle de la década de los cincuenta eternizada. ¿Refugio de vampiros y seres fronterizos entre la vida y la muerte? Quizá. Desde luego, el escenario es de otro mundo.

2. Por el Largo Argentino entro en la librería La Feltrinelli. Rebuscando, me encuentro con una sorpresa inesperada, un libro mítico del que había oído hablar pero jamás había visto: el ‘Tolstoj é morto’, de Vladimir Pozner. ¿Una novela fantasmal? Prácticamente.

3. Con ella bajo el brazo, emprendo el camino hasta otro mito: el 219 de Via Merulana, donde Carlo Emilio Gadda ubica su gran obra ‘El zafarrancho aquel de Via Merulana’. Gadda es deslumbrante, divertido, complicado, irrepetible. Hoy no es tan recordado como debiera serlo. Hasta la propia calle se ha desembarazado de su recuerdo. No hay ni rastro del 219 en el 219: ahora es una especie de taller o cochera sin número. La casa tampoco remite a la de la novela, con aquella escalera de viejo palacio que con tanta exactitud reflejó Pietro Germi cuando la adaptó al cine.

4. Ante la decepción, bebo algo en un bar de la esquina. Abro el libro de Pozner, lo hojeo y me atrapa por su forma. Veo que narra minuto a minuto la muerte de Tolstoi en una pequeña estación de pueblo, donde recaló, octogenario y monumental, a las pocas horas de huir de su casa y de su mujer (no se soportaban ya). Fueron varios días de agonía; por aquella estación pasaron su familia, sus amigos, sus enemigos, los políticos, los sacerdotes, el curioso pueblo llano y sobre todo los periodistas; periodistas que transmitieron al mundo, a base de telegramas, el acontecimiento de la muerte del gran hombre.

5. Más tarde, en la Piazza della Minerva, entro en la iglesia de Santa María-sopra-Minerva para visitar la tumba de Fra Angélico, el pintor ingenuo, un poco loco y un poco santo, cuyas ‘anunciaciones’ poseen un secreto indescifrable a primera vista. En mi novela ‘El mapa de la vida’ indagué en ese secreto; por eso venir hasta aquí es un reconocimiento privado que nadie puede comprender. Puro fetichismo, pura reverencia.

6. Siguiendo el consejo de un amigo, acudo de noche al 15 de Via dei Greci, donde me han dicho que se puede ver una vez al año (pero nunca la misma noche ni nunca de igual apariencia) un vampiro. Es una calle peatonal, pero concurrida, paralela a Via Condotti. Llamo al interfono. Primero silencio. Luego, tras mi insistencia, una voz apagada pregunta quién es. De pronto me paralizo, no soy capaz de decir mi nombre, ni de abrir la boca siquiera; aquella voz no es normal, ni siquiera parece humana; si yo fuera quien no soy, juraría que es una voz de ultratumba. Es absurdo, pero tengo miedo. Dejo de apretar el botón y me voy de allí, mezclado con el gentío de la calle. Miro hacia arriba y las ventanas del edificio están todas cerradas, a oscuras, con los cristales ligeramente sucios.

7. Pensando en ultratumbas, acudo a San Lorenzo in Lucina, en la plaza así llamada, donde busco otro mito personal: la efigie conmemorativa que de Nicolas Poussin, pintor sutil y esquivo, mandó erigir a su costa el vizconde de Chateaubriand. ¿Un homenaje o una reivindicación? Chateaubriand habría sido un buen vampiro, como Poussin; quizá ambos lo fueron. Chateaubriand escribió ese libro total que es ‘Memorias de ultratumba’, maquinaria de textos yuxtapuestos que inaugura un género nuevo, postmoderno. Según dicen, este hombre que fue pobre y rico y pobre de nuevo, chupó la sangre a mucha gente. Gran vividor, gran falsario, escritor soberbio, Chateaubriand tuvo varias vidas y amó su tiempo. Hay algo atractivo y contemporáneo en él.

8. Gastronomía. Voy al gueto judío. Me adentro por Portico de Via Ottavia. Allí, en el restaurante Gigetto, pido las famosas ‘carciofi alla giudia’ mientras observo a los comensales, personajes casi todos de esa alta burguesía pija que tan bien refleja en sus novelas Alessandro Piperno.

9. Más mitos personales. En Piazza Navona, en la terraza del Tre Scalini, busco furtivamente a los dos amantes de ‘La modificación’, de Michel Butor, entre las parejas que me rodean y toman helados.

10. Deambulo al atardecer por el barrio de Prati, en cuyas estribaciones, con suerte, se puede encontrar abierto el minúsculo y extravagante museo sobre los fantasmas verdaderos: las Ánimas del Purgatorio. Sin embargo, ya las han derogado, por lo visto.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados