Otra Galaxia › Listado de columnas¿Y qué fue de Portugal?

¿Y qué fue de Portugal?

 

 

 

 

 

 

 

 

9 de septiembre
Casi secretamente, desde hace un año la editorial Abada está publicando la poesía completa de Fernando Pessoa en una nueva traducción de Juan Barja y Juana Inarejos. Es un acontecimiento literario de primer orden, pero no tengo la impresión de que los lectores lo perciban como tal. Son ediciones bilingües que nos enfrentan a los españoles cara a cara con los versos nítidos y profundos del inagotable Pessoa. Volver a sus heterónimos me ha introducido en una melancolía extraña. Ahora que padecemos una injusta crisis económica, he mirado hacia el país vecino, que es un país hermano, querido, sentido como propio y respetado por su inmensa valentía, y solo he visto el reflejo de la penuria del mundo, de la codicia capitalista del invisible IV Reich. He intuido una imagen de nuestro próximo futuro, tal vez. Por eso siento más intensamente a Portugal. Pero Portugal está luchando, resistiendo, buscándose a sí misma. ¡Cuánto echo de menos una audacia política que uniese a España y a Portugal en un solo país, con lo permeables que son entre sí nuestras culturas y lo cercanas que son nuestras historias, sobre todo nuestras gentes!

Una vez más he releído a Pessoa como un autor poseído, mío. Y descubro que no menos mías (en el sentido de que me hacen ser lo que soy, como una asumida genética cultural) son, por ejemplo, la fotografía cenicienta de José Afonso Furtado, o la poesía de Rosário Pedreira, o las novelas inolvidables de José Cardoso Pires, o la literatura sutil y envolvente del gran Almeida Faria, o la sabiduría de Eduardo Lourenço, o a la vitalidad cosmopolita de Lidia Jorge, o la postmodernidad de Gonçalo Tavares, o la fuerza humana de Miguel Torga, o la lírica carnal de Helberto Helder, Nuno Júdice, Eugénio de Andrade y Al Berto, o la grandeza del hispanista José Bento, o muchas novelas de Filipa Melo, de José Viegas, de Lobo Antunes, de Saramago, de Bessa-Luís, al margen de que me gusten o no. Hay un nexo de unión, de búsqueda común, de metas compartidas, de palabras sabidas entre nosotros. La literatura portuguesa, además, goza de una solidez nervuda y admirable, al igual que su nación. Quizá en Alemania, país de acero y soberbia, no lo sepan.

11 de septiembre
Hoy es un día extraño: 11-S. Es el día del siglo XXI por antonomasia. Día para leer o quemar coranes, al gusto de cada quien. Demasiado repetitivo y peligroso libro, el Corán, me temo. Así que aparto de mí hasta su mención y me refugio en el cine. Me sumerjo en una película que jamás, ni por casualidad, aprobaría el Islam, la nueva película de Terence Davies, The Deep Blue Sea. Una película de costumbres, en realidad. Basada en una obra de teatro de los años cincuenta del dramaturgo Terence Rattigan, cuenta la liberación de una mujer por medio del adulterio en una época en la que era impensable para los hombres no llevar las riendas del sexo (y de todo en general). Doblemente premiado en el Festival de Valladolid, Davies es un director que se ha prodigado poquísimo, con solo cinco largometrajes en sus sesenta y siete años; tímido patológico, ha hecho de la morosidad y de la contemplación de las vidas ajenas las características de su cine. La escena en que se recrea una estación de metro atestada de gente durante los bombardeos sobre Londres es extraordinaria, como lo es la actuación y la voz de Rachel Weisz, intensamente conmovedora. Al acabar la película había olvidado por completo en qué día estaba, incluso en qué época. Eso hace Davies en su cine: sacarte de tu tiempo. En cierto modo, como el Corán.

13 de septiembre
Me dejo llevar por el consejo de Carlos Pardo, escritor español de los mejores entre los jóvenes de hoy y cuya obra sigo con sumo interés. Recordé que, antes de verano, Carlos me habló de un mexicano que no debía perderme: Julián Herbert. Acertó de pleno. Cuando leí la novela de Herbert Canción de tumba (Mondadori) me identifiqué con esa narrativa de sustratos superpuestos que propone una historia tan personal y a la vez tan universal. Y nunca mejor dicho, pues en su caso, por lo visto, ambos matices, lo privado y lo público, se unen en el propio protagonista: es la historia de la madre del narrador, prostituta, y la del mismo Julián Herbert, que las reconstruye autobiográficamente a raíz de los últimos días de su madre en un hospital. La técnica de rememoración y reconstrucción mediante diversos tipos de textos, de momentos, de enfoques y de lugares, desde el México más duro hasta la Alemania más europea (la del IV Reich en ciernes), me deslumbró. La novela se vuelve un viaje a los infiernos, donde asistimos a la poliédrica visión de una familia imposible, con hermanos de varios padres, que también es la visión de un México imposible, vertebrado en torno a la figura de esa Guadalupe Chávez, prostituta que tuvo muchos nombres y mucho amor, de cuya existencia nació este Julián Herbert, quien nos confiesa una vida a la vez que nos regala una literatura sobrecogedora. Gran novela.

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados