Otra Galaxia › Listado de columnasCon todos ustedes, Nina Simone

Con todos ustedes, Nina Simone

 

 

 

 

 

 

 

 

5 de junio
Suena The human touch. ¿En qué momento volví a escuchar discos de Nina Simone? Hacerlo es dejarse arrastrar por una música y una voz que te interpela: ven, tócame, existo, soy música pero existo como existe una roca. Eso dice la voz de Nina Simone, nombre artísticamente caprichoso de Eunice Waymon, hija de predicador, negra y mujer de una fuerza pasional que llegó hasta el arrebato, el delirio, los excesos y la insoportabilidad. A la política también; militó activamente en las reivindicaciones de los derechos civiles de los negros en los años sesenta. Fue un ángel de la negritud. Fue una diva, una diosa, y un desecho humano. Fue arbitraria y coherente en una misma pieza. Fue violada. Fue despreciada, y luego reclamada y ensalzada. Tocó el piano como ningún blanco y su voz timbrada sube desde una caverna hasta los cielos. No era guapa pero era bella, atractiva, sexual. Era superior. Una pantera en el sentido estricto del término: arañaba, devoraba, desaparecía con su presa. Su mente fue siempre por un camino paralelo a la lucidez y tuvo que ser recluida varias veces. Enloqueció. Perdió a su familia. Su marido la estafó. Viajó a África, fue una mujer libre y feliz en África, fue la amante de un líder de Liberia, fue la amante de un rico de Barbados. Hoy su voz vuelve a escucharse en películas, en obras de teatro, en versiones de otros cantantes. Pero cuando murió el 21 de abril de 2003, en una absurda y anodina urbanización cercana a Marsella donde era una vieja loca totalmente paranoica, nadie se acordaba ya de ella. O no querían acordarse: tratarla debió de ser algo bastante desagradable; igual te daba un beso que una bofetada, amaba y odiaba por igual, a gritos. Siempre pedía dinero, porque se había arruinado varias veces y había nacido pobre. ¿En qué momento volví a escuchar discos de Nina Simone? Supongo que me llevó de nuevo a ellos una biografía de Nina que leí hace un año, en un vuelo a Buenos Aires, publicada en 2005 por David Brun-Lambert, Nina Simone: Une vie (Flammarion). Me entristeció mucho su lectura, me apasionó también. Es triste cuando la vida se juega a una carta, todo o nada. Pero jugarse la vida es la característica de los artistas condenados a ser grandes. Su voz llena un mundo de ecos que no vuelven, sus canciones tienen terciopelo y whisky y una gota amarga que se queda en el oído como una súplica. Habría ido a escucharla como un perro fiel cada noche que tocaba en un club de tercera en Atlantic City, cuando la presentaban entonces, como harían siempre, con la sencillez rotunda de “Señoras y señores, con todos ustedes, Nina Simone”. Aplausos y fervor.

7 de junio
Hoy leo unos cuentos de Doctorow, pero, al hacerlo, de quien me acuerdo es del argentino Guillermo Saccomanno, un escritor de nervio y oscuridad nada complaciente que escribe una prosa sin nada de grasa. Teníamos que dar una charla, a modo de diálogo entre él y yo, en un auditorio de Buenos Aires, y la noche anterior cenamos juntos. Hablamos de todo como amigos, pero, sin pretenderlo, de pronto salió Doctorow en la conversación. Era hablar del hermano mayor, del Profesor. El gran Doctorow. Convinimos que éramos de su estirpe.
De los escritores norteamericanos de esa generación –la anterior a la nuestra–, E. L. Doctorow es mi preferido con creces. Lo prefiero, por ejemplo, al renombrado John Updike, de quien, curiosamente, lo que más me interesa es su poesía. Además, le dije a Guillermo, para mí los escritores se dividen entre los que están en la estela de Philip Roth, más famoso (y previsible), y quienes lo estamos en la de Doctorow (siempre sorprendente). Sus novelas son cátedras de narración: Billy Bathgate, Ragtime, La gran marcha, Homer y Langley. Guillermo asiente. Esos escritores se alzan sobre los hombros de otro grande: Henry Roth (nada previsible, nada famoso, extraordinariamente sorprendente). Pero cuando ya llevábamos dos botellas de vino y habíamos empezado a hablar de amores más que de libros, nos pusimos bravos y uno de los dos dijo (o fue al unísono): “¡Carajo, todo es en vano cuando se pronuncia el nombre del Dios verdadero: Faulkner!”.

8 de junio
Encuentro en Proust este párrafo (gran traducción de Carlos Manzano) como escrito hoy mismo: “En una época como la nuestra en la que la complejidad cada vez mayor de la vida apenas deja tiempo para leer, en la que el mapa de Europa ha sufrido modificaciones profundas y está en vísperas de sufrir otras aún mayores tal vez, en la que se plantean por doquier tantos problemas amenazadores y nuevos, convendrán ustedes conmigo en que tenemos derecho a pedir a un escritor que no sea simplemente un hombre culto capaz de hacernos olvidar con consideraciones ociosas y bizantinas sobre méritos puramente formales la posibilidad de vernos invadidos de un instante a otro por una doble ola de bárbaros: los de fuera y los de dentro”.

 

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