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Sobre Natán Yonatán

Natan Yonatan - JD salinger

 

 

 

 

 

 

 

 

12 de enero
Leo los poemas de Natán Yonatán en la antología ‘Apostar al tiempo’ (Visor). Un libro que busca encerrar el tiempo por venir. Me trae a la cabeza una frase de George Steiner que leí hace poco y que bien podría resumir la poesía de Natán Yonatán: “El futuro está en el presente, ésta es la verdadera literalidad y paradoja de lo mesiánico”.

Yonatán es, junto a Amijai, uno de los poetas más reconocidos de Israel, con una obra cercana a los treinta títulos, en varios estilos. Muy popular también, gracias a que muchas de sus poesías se han convertido en canciones, o eran en origen canciones (hasta 300), cuyas letras se han venido cantando por varias generaciones y en diversos acontecimientos sociales y conmemorativos. Y también es un poeta importante para la poesía mundial. Amos Oz dice de él: “Es un poeta lírico, denso y profundo que espera aún que lo descubran”.

Ha dejado huella en Israel e Israel ha dejado huella profunda en Yonatán y su obra, al fundirse su propia vida con los avatares, aventuras y dramas de la historia de Israel como Estado y Nación. Desde la felicidad y la alegría, hasta el amor, la justicia y la guerra, esta última vivida y padecida dolorosamente por él, debido a la muerte de su hijo mayor Lior en la guerra del Yom Kippur del 73.

Su vida no fue fácil: nació en Kiev (Ucrania) en 1923, pero con muy pocos años, apenas dos, fue a Palestina en 1925. Luchó en la Guerra de Independencia (de 1947 a 1949). Con una ideología marxista y luego socialista, siempre de cuño progresista, se instaló de joven en el kibbutz Sarid, del Valle de Yzreel, en  1945, y allí permaneció hasta 1991, militante de todas las causas y proactivo en ellas. Otro hito de su vida fue su trabajo, durante casi treinta años, como director literario de la prestigiosa editorial Sifriyat Poalim. Viajó por todo el mundo, apoyando la causa de la libertad en los años 70, desde Vietnam hasta la España franquista.

Es justo que se le conozca ahora en España, porque España jugó un papel de referencia y mito en buena parte de sus poemas. Nuestra lengua, los escritores españoles o americanos, han aparecido en los poemas de Yonatán no sólo como parte del mito cultural perdido de una Sefarad atemporal, sino como una contribución natural a la universalidad de la literatura y de su poder de transformación cultural y política.

Hay corrientes subterráneas, ríos interiores, que unen por dentro, en la literatura y la poesía, de manera secreta, de manera atemporal y sin barreras geográficas, a muchos escritores y poetas a lo largo de la historia, sin que las lenguas y las naciones supongan barreras. Hacia delante y hacia atrás, en el tiempo. Eso es lo que hace –como decía el profesor Francisco Rico– que se pueda detectar una influencia del peruano César Vallejo en la poesía de Quevedo, cuatro siglos después, por ejemplo. Es decir, memoria e historia dialogan entre sí sin orden cronológico.

Hay perceptibles nexos de unión, cercanía y familiaridad poética entre Natán Yonatán y Yorgos Seferis, Constatino Kavafis, T.S Eliot, Fernando Pessoa, Machado o Borges. Son todos ellos de la misma especie y del mismo tronco. Son grandes poetas cuya palabra funda un mundo y genera, a su vez, un lenguaje común y genérico. Los poemas de Natán Yonatán responden a esa universalidad, a veces partiendo del mundo cercano de su entorno israelí, de su cultura judeo-mediterránea, y de su realidad de vida en dialéctica con la tragedia. Una tragedia profunda, milenaria, que tiene su expresión simbólica en lo personal, y eso personal se representa en la muerte de su hijo Lior y en la búsqueda de la justicia y la fraternidad en todas las partes del mundo y en todas las épocas de la reciente historia.

Quizá como último símbolo –ya que la vida de los poetas grandes está marcada por un metaforización permanente– está su propia muerte, a la edad de 80 años. Acaeció el 12 de marzo de 2004, al día siguiente de los atentados islamistas de Madrid. Tuvo noticia de ellos: golpearon a la  España que tanto amó e inauguraban la nueva intolerancia a la que se aboca el mundo, contra la que hemos de empezar a luchar todos con decisión y sin trampas. Sus poemas nos pueden ayudar a entender y comprender, lejos de dividir y culpar.

 

13 de enero
En una carta a Joyce Maynard, su pareja de los años 70, J. D. Salinger escribe: “Cada vez que publicamos algo, producimos algo o aireamos algo, nos exponemos a que nos vuelvan a juzgar, a sopesar, a etiquetar y a meter en sacos otra vez”. Es una incómoda sensación de reinicio, de repetición o de ciclo, algo así como el Juego de la Oca de la escritura. Creo que por muchos años que pasen y por muchos libros que pasen también, el escritor que vale la pena es aquel que en cada acometida, en cada nuevo libro que intenta escribir, está empezando con el mismo furor y el mismo temblor de la primera vez. Siente cómo el misterio de la línea de salida vuelve a seducirlo y atenazarlo. La excitación y la duda por la primera palabra; la incertidumbre y la ansiedad por la primera invención. Experimenta una sensación inestable, la de que algo está a punto de existir o de no existir, dependiendo solo de un breve e insignificante giro del sentido, de un hallazgo luminoso, como el soplo amado que roza la nuca, consciente de que no siempre sucede.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados