Otra Galaxia › Listado de columnasMonstruos perfectos

Monstruos perfectos

 

 

 

 

 

 

 

 

14 de noviembre
Estuve en Montevideo buscando los fantasmas del Conde de Lautréamont y de Felisberto Hernández, pero solo hallé el recuerdo de Juan Carlos Onetti y de su amante, Idea Vilariño. Idea Vilariño fue una poeta fundamental, que escribió sobre el amor y el dolor como nadie, y sobre la sensibilidad femenina, lúcida y resistente casi siempre, como nadie también. Es, para mí, de las poetas mayores en lengua española, cuya voz todavía es actual, viva y extremada. Estoy seguro de que sería un enorme descubrimiento para los lectores y lectoras de hoy. Como homenaje privado, compré en la librería Más Puro Verso su ‘Poesía completa’ y me fui a un café de la calle Sarandí; en la terraza empecé a leerlo. Entonces, el camarero, al verme con el libro, sin mediar palabra, recitó un hermoso poema de la autora, perteneciente a ‘Poemas de amor’. Sorprendido, hojeé el libro en busca de lo que acababa de oír. Casi lo termino en aquel café. Está dedicado íntegramente a Juan Carlos Onetti y revela un viaje por el amor como pocas veces se ha escrito. Y viaje es, pero en el tiempo: Idea siempre esperó a Onetti, que se fue para nunca volver con ella. Es conocido que esa relación estuvo marcada por una pasión desbocada de grandes encuentros y mayores desencuentros. Como la propia Idea bien sabía, era imposible que dos seres como ellos encajaran de ninguna manera. Así se lo explicó a una amiga: “Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. Si yo hablaba de algo sumamente delicado él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar. Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espaldas, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui”. Pero Idea Vilariño mantuvo la esperanza durante años, convirtiéndola en poemas que hablan de una obsesión (todo amor lo es) y de una derrota (toda esperanza lo es). Quizá por eso Onetti, ‘el bestia, el perro, el burro’, fue también el escritor que mejor ha descrito la derrota. ‘El astillero’, su novela más sutil, lo demuestra.

18 de noviembre
Por iniciativa de mi hija Elisa, voy a ver la que sin duda es la exposición más sorprendente que hay en Madrid hoy en día. Está en La Casa Encendida y, bajo el equívoco título de ‘Metamorfosis’, ofrece la posibilidad de entrar en el mundo de tres genios absolutos de la animación cinematográfica: el realizador polaco Ladislas Starewitch (1882-1965), el cineasta checo Jan Švankmajer (1934) y los hermanos gemelos norteamericanos Stephen y Timothy Quay (1947). Siendo obras distintas, son obras que se prolongan unas en otros, en temas y en estética. Realizan cine de animación con figuras, con collages, pero reducirlos a esto es demasiado cruel y simplista: ahondan en la parte más oscura de la mente, penetran en una faceta surrealista que se vuelve inquietante, siniestra, humorística y sórdida. Ver sus muñecos, sus escenarios, sus películas –que recorren casi cien años sin perder contemporaneidad- es penetrar en un universo donde conviven los gabinetes de las maravillas de la Praga del XVI, Sade, Kafka, Topor, el surrealismo, la ciencia, la psicología, Freud, lo onírico, el Golem, lo perverso, lo increíble, lo absurdo, los puzles, el anatomismo, la ironía, la monstruosidad, la ilusión, el terror, la carcajada, Archimboldo, Cortázar, Felisberto Hernández, Schulz, Robert Walser, Voltaire, lo kafkiano, el maquinismo, David Lynch y el guiñol más sofisticado.

Todo esto podría resumirse en las obras maestras que son las películas de Švankmajer tituladas ‘Little Otik’ (2000), film surrealista a más no poder en el que una mujer da a luz un horrible bebé de madera, o la parodia psicoanalítica ‘Surviving Life (Theory and Practice)’ (2010). Pero la joya es la gran película de animación de los hermanos Quay titulada ‘La calle de los Cocodrilos’ (1986), versión alucinatoria e hipnótica del cuento homónimo de Bruno Schulz. Para muchos cineastas, esta es quizá la mejor obra de animación de todos los tiempos. Solo puedo decir que mi hija Elisa y yo quedamos tan sobrecogidos y arrebatados al verla que corrimos a leer a Schulz y a recordar esa tienda de confección sobre la que gira el cuento, orgánica, grasienta, húmeda, y a los autómatas descerebrados que hacen turbadora la realidad onírica del sastre protagonista.

Para comprender esta exposición extraordinaria quizá haya que partir de una cita del propio Bruno Schulz en su cuento ‘Tratado de maniquíes o El segundo libro del Génesis’: “La materia posee una fertilidad infinita, un poder vital sin fin y, a la vez, esa ilusoria fuerza de la tentación que nos empuja a moldearla. En lo profundo de la materia se crean sonrisas indefinidas, se engendran tensiones, se espesan las muestras de las formas. Toda la materia oscila en la infinidad de posibilidades que la recorren con extraños escalofríos”. Franz Kafka, el motor del siglo XX, subyace en esta fascinante y adictiva dosis de lo insólito. Aviso: perderse esta exposición es perderse algo importante.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados