Otra Galaxia › Listado de columnasContar la maravilla

Contar la maravilla

 

 

 

 

 

 

 

 

29 de marzo
Un periodista de una publicación más bien sesuda me hace, con toda ingenuidad, la pregunta más difícil que se le puede hacer a un escritor: “¿Qué cualidad ha de tener un escritor para saber que lo es?”. Precisamente es una cuestión sobre la que no me canso de meditar, sin embargo mi respuesta es también ingenua y sentenciosa: “Muchas ganas de complicarte la vida para contar algo como si fuera maravilloso”, le digo.

Sé que decir eso, aunque lo creo de veras, es no decir nada. Por lo tanto, me pongo profundo –el periodista lo agradece con un asentimiento en bien de su sesuda publicación– y digo que el escritor solo logrará serlo si encuentra dentro de sí mismo cierta visión metafórica y buenas dosis de mentalidad analógica, dos características claves para escribir. Llegado a este punto, oigo algo así como: “¡Glup!”, y el periodista me mira con cara de haber vuelto a la casilla de inicio y de no haber entendido muy bien.
Para tratar de ser claro le digo que además, por supuesto, hay que poseer un cierto talento para unir las palabras adecuadamente. En resumen, poseer el don de mezclarlo todo, polisemia y fantasía, en una misma cabeza.

“Pare, pare, pare”, dice el periodista, y agrega: “Por favor, puede repetir, y casi mejor repetirlo todo más clarito, por favor”. No tengo inconveniente en hacerlo, pero al pobre lo lío más, cuando le digo que, con esas cualidades de partida, si el escritor encuentra la expresión acertada para salir de sí mismo y llegar al exterior, es decir al lector, el escritor habrá conseguido por fin materializarse como tal,  ¿comprende? “¿Al exterior? ¡Ah!”.

Creo que todo empeora cuando le añado al periodista que, en un momento dado, la literatura le robará al escritor la vida entera, que será su ama y señora, su diosa, su veneno, su tirana y su destino. Por tanto, más vale huir de la literatura o te atrapará para siempre. La paradoja es que, cuando el escritor llega a descubrir esa tiranía de la literatura, ya está atrapado sin remedio y no puede huir de ella. Sin darse cuenta, le ha vendido su alma a ese diablo.

Entonces el periodista me mira, absolutamente perdido y con cara de enternecedora franqueza, y dice: “¡Uf! Debería haber médicos para eso, ¿verdad?”. En ese instante, íntimamente, me satisface saber que el periodista es de otro país.

5 de abril
Hoy alguien me reprochó: “Es que tú escribes novelas del género con mensaje”, y yo, lejos de sentirme por fin Diderot, me deprimí. Tanto bucear en la literatura para terminar ensartado en el alfiler de la simplificación.

10 de abril
El escritor Carlos Pardo, mi más atinado consejero de libros, me habló de una curiosa novela que me ha gustado especialmente: ‘Ciudad abierta’ (El Acantilado), del norteamericano de origen nigeriano Teju Cole. Cuenta la historia de un joven psiquiatra, tan nigeriano como el autor, que pasea por Nueva York, recorre la ciudad caminando y avanza por ella a la vez que evoca lecturas, recuerdos, personas que ha conocido, músicas que ha escuchado, reflexiones que le llevan a otras reflexiones mayores, todo ello cautivador, envolvente. Es una novela que interpela al lector y lo lleva a proseguir por sus páginas como si acompañara al propio protagonista, Julius, en sus largos paseos. El mecanismo de esta novela insólita es viejo como la literatura misma: un hombre emprende un viaje y en ese viaje conoce historias nuevas y evoca historias viejas. La aparente sencillez se transforma en un complejo artefacto de belleza. Me encantaría tomar una copa en Manhattan con Teju Cole. Aprendería mucho con él, sin duda.

12 de abril
Quietud/inquietud. Voy al estreno de ‘To the wonder’, de Terrence Malick. Admiro profundamente a Malick por su libertad. Esta extraña y poética película corrobora esa libertad hasta extremos delirantes. Produce gran perplejidad un montaje enrevesado, nada complaciente con la continuidad ni la comprensión, que ha tardado varios años en concluir y en el que cada plano es un verso visual, por así decir. Uno cree ver en esta película el roce de la maravilla, en abstracto. Una maravilla que es fascinación por la vida, por el amor, por los amores, por la evolución de la vida en el amor y los amores. La tendencia de Malick al panteísmo lo vuelve una especie de Whitman cinematográfico. ‘To the Wonder’ es puro espíritu, que equivale a pura búsqueda en el silencio de una voz que nunca se pronuncia ni se manifiesta, pero que se intuye o se desea; un espíritu que llama a la puerta de la religiosidad y evidencia que nadie abre porque no hay nadie al otro lado. Una película tan libre que estremece, hecha contra corriente y contra la paciencia del espectador desprevenido, desubicado en un cine que no sea convencionalmente narrativo. La Sinfonía nº 3 o de los Cantos Lastimeros, de H. M. Górecki, que emplea Malick como apoyo sonoro, entre otros, es aquí de tal espiritualidad, que eleva algunas secuencias hasta la mística del conflicto entre la naturaleza vehemente y la desolación humana. Árboles, carreteras, campos, cielos, historias insignificantes y pretenciosas, seres humanos que deambulan creyendo en un sentido que jamás adquiere certeza. Solo queda lo único por lo que maravillarse: la existencia, la simple existencia.

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados