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Elogio del traidor

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12 de enero
         La última novela de Amos Oz se titula ‘Judas’. Es extraordinaria. A la altura de ‘Una historia de amor y oscuridad’, sus cautivadoras memorias y, hasta la fecha, su mejor libro. Oz es quizá el escritor israelí más conocido y relevante, junto con David Grossman y A. B. Yehoshua, los tres siempre mentados en las listas del Nobel. En ‘Judas’, como su título obviamente sugiere, aborda la figura del traidor, pero no se queda ahí, en una mera tesis sobre la traición, sino que la novela se abre a un discurso entreverado de matices y de riqueza literaria de primer orden. Con todo, es innegable que la columna vertebral de la novela es la ambigüedad de la traición. A grandes rasgos, la trama, ambientada en 1959, se centra en Shmuel Ash, un joven en crisis vital que está estudiando la figura de Jesús desde la perspectiva judía. Ash encuentra un trabajo para cuidar y dar conversación a un anciano, un intelectual que vive en una vieja casa de Jerusalén con su nuera, Atalia, cuyo marido murió en la guerra del 48. Atalia es hija, a su vez, de Shaltiel Abravanel, un sionista que se opuso a Ben Gurión y que fue considerado un traidor por el Estado hebreo debido a sus ingenuas propuestas de acercamiento a los árabes. Por su parte, Ash, a la luz de sus estudios sobre el judío Jesús, perfila una teoría original sobre la verdadera figura y el auténtico papel de Judas, un buen judío considerado por los cristianos como el sumun de la traición y el prototipo del judío estigmatizado históricamente como odioso, hasta el punto de recaer sobre él la identificación de la esencia misma de lo judío. Los descubrimientos sobre Abravanel, las investigaciones sobre Judas y la historia del nacimiento de Israel se unen a las vidas del anciano, de Atalia y del joven Ash, trenzando una poderosa novela plagada de conocimiento y de sorpresas. Y de preguntas. Muchas preguntas. No todas con respuestas, o mejor dicho, ni siquiera las respuestas satisfacen las preguntas, porque las preguntas tiende al infinito. No en balde preguntar es la característica natural de la retórica judía desde la Biblia.

Al terminar ‘Judas’, me asalta la idea común del traidor en abstracto. No se trata ya de Judas Iscariote, mito sobre el que se alza todo el cristianismo, sino del traidor universal, del traidor que todos podríamos ser. ¿Todos, en realidad? Lo dudo. No todos pueden ser traidores. Unos pocos, sí, incluso muchos. Para ser traidor hay que ser también capaz de transgredir, de oponer, de enfrentar, de ir hasta lo desconocido. Hay que ser capaz de asumir la soledad, el rechazo y el odio. El traidor quiebra la confianza y este es su único delito. En el matrimonio, en los negocios o en política, la traición es considerada algo abominable. En la reciente película de Spielberg, ‘El puente de los espías’, ambientada en la guerra fría de los años cincuenta, hay varios traidores. Traidores a la patria y otro tipo de traidores, considerados doblemente traidores por ayudar a esos traidores a la patria. Y me pregunto si frente a todo traidor no aparece siempre la sospecha de cometer una injusticia. La guerra fría produjo una gran literatura de traiciones justas e injustas, según se mire (¡cómo no recordar a Philby, a Blunt, a los Rosenberg y también a tantos otros en el bando contrario!). Traidores para unos y héroes para otros. Porque en eso consiste la traición, en el doble y ambiguo valor moral que entraña: la traición supone un daño para unos, pero un bien para otros.

¿Son todas las traiciones igual de dañinas/benéficas? ¿No es la traición en el matrimonio una especie de traición ambigua, puesto que un amor ‘irresistible’ se impone a otro ya caduco? ¿Traicionar la confianza del cónyuge es lo mismo que traicionar a la patria? Para muchos tal vez sí, para otros quizá ambas cosas no sean más que un juego de alto riesgo, al límite, un juego en el borde de la zona oscura de la vida. La enemiga del traidor es la culpa, letal para él, porque exige la confesión. El traidor desenmascarado ha de huir de la culpabilización y saber simplemente que la partida ha terminado. En caso contrario, además de admitir que ha perdido, ha de sobrellevar el arrepentimiento que lo aniquilará.

Pero, ¿qué es un traidor? Traidor es aquel que hace lo contrario de lo que juró hacer. Defrauda, decepciona. Sin embargo, dejadas aparte las connotaciones sentimentales e impulsivas de la traición, ¿no cabría preguntarse si, en el fondo, visto fríamente, el traidor no es en cierto modo alguien que evoluciona, que cambia, y que no puede resistirse a ese cambio? Hay un párrafo en ‘Judas’ iluminador al respecto. Oz pone en boca del joven protagonista estas palabras: “El que está dispuesto a cambiar, el que tiene el valor de cambiar, siempre será considerado un traidor por aquellos que no son capaces de ningún cambio, tienen un miedo mortal a cualquier cambio, no comprenden los cambios y aborrecen cualquier cambio”. Por eso hay tan poco trecho entre el “hereje” y el “traidor”. En el fondo, quizá muy en el fondo, el traidor es siempre un idealista a su pesar.

Admito, no obstante, que el traidor más lamentable es el traidor a sí mismo (aunque me pregunto si es traidor un traidor que se traiciona). Quizá el traidor a sí mismo no lo sea tanto por haber quebrado la propia confianza o la excesiva integridad moral de unos principios inamovibles (esta palabra ya en sí merece una traición), cuanto por incurrir en esto que dice Borges en su poema ‘El remordimiento’: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Un traidor que se traiciona tanto no tiene épica posible.

 

 

 

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados