Otra Galaxia › Listado de columnas El odio del ‘hooligan’ que somos

El odio del ‘hooligan’ que somos

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17 de marzo
            Ahora que ha muerto Meir Dagan, el exdirector del Mosad de 2002 a 2011 y probablemente una persona tan amada por unos como, a la recíproca, tan odiada por otros, he leído en una de sus necrológicas que en su despacho solo había una foto: la de un anciano judío humillado por un joven con uniforme alemán en una ciudad de Polonia. El fotógrafo que hizo esa foto no recogió la escena completa, que continúa cuando el joven alemán le pega un tiro al anciano. El anciano se apellidaba Huberman y era el abuelo de Dagan.

Hubo miles de escenas como esta, bien lo sé, pero mi mente ha unido el detalle de esa noticia con otra muy distinta, pero paradójica y lamentablemente no muy lejana en esencia: la de unos seguidores del PSV Eindhoven humillando a unas mendigas en la Plaza Mayor de Madrid. Se me puede reprochar que estoy siendo muy exagerado al comparar ambos hechos, y que incluso hay miles de humillaciones similares en el mundo cada día. Sin duda que es así, porque el ser humano, cuando se siente fuerte, protegido por la masa y se deja llevar por su odio más oscuro, es capaz de humillar, despojar de humanidad al otro y matarlo sin inmutarse. La Historia es en sí misma un catálogo de variaciones sobre esta melodía. Pero si encuentro una relación entre el anciano humillado por el nazi y las mendigas rumanas humilladas por los holandeses es en el hecho de que su parecido remite a la maldición cíclica del mal en Europa.

En Europa hemos caído bajo, últimamente. La crisis económica que ha hecho abismal la desigualdad social ha abierto nuevas grietas por las que salen nuestros fantasmas. Estos han adoptado la forma de otras crisis, como la de los inmigrantes ilegales, que se ha transformado en la crisis de los refugiados políticos de las guerras, que a su vez se ha focalizado en la crisis de los refugiados sirios vagando como apestados. Todo ello nos pone en una incómoda situación política, como sociedad ‘de valores’ que decimos ser, la de estar en caída libre hacia una descomposición interna. En este contexto es donde se enmarca la acción humillante de los ‘hooligans’ holandeses. Es muy cierto que los seguidores del PSV Eindhoven no mataron a las mendigas, faltaría más. Pero, ojo, del resto de los europeos depende que eso no sea cosa de tiempo.

 

18 de marzo
En apenas dos días, se sucede otra acción similar a la anterior: en Roma, unos ‘hooligans’ checos del Spartk de Praga mean encima de un mendigo postrado a sus pies. Se ríen, lo desprecian, se retratan haciéndolo. Vuelvo a pensar: ahora lo mean, en otro momento lo habrían matado después. Por odio disfrazado de diversión. Es la llegada de ese momento lo que me aterra. ¿Llegará?

Por fortuna, la inmensa mayoría de los europeos estamos indignados por estas acciones. Pero, pese a ser aisladas, son el germen, el síntoma o el indicio de algo más profundo, larvado, que puede estallar en breve. Una gigantesca porción de ciudadanos europeos acumula odio contra los que son diferentes, extraños, pobres, miserables y desgraciados seres humanos que provienen de una sociedad del ‘malestar’, generada para que pudiera existir alguna vez una sociedad del ‘bienestar’. Estos ‘hooligans’ forman parte, consciente o inconscientemente, de una corriente social que está cristalizando en Europa mediante algunas formaciones políticas de Alemania, del Reino Unido, de Holanda, de Bélgica, de Italia, de Hungría, de Polonia, de Dinamarca, de Francia. Es una corriente democrática de odio democrático que demoniza todo lo foráneo porque se convence de que viene ‘a robar nuestro pan y nuestra identidad’. Los ‘hooligans’ holandeses, a la vez que humillaban a las mendigas, les gritaban que ‘no se las quería aquí’. Nuestro ‘aquí’ europeo puede acabar pareciéndose mucho al sueño de Hitler, me temo, un sueño que puede hacerse realidad muy democráticamente.

Alguien me dice que exagero, que en realidad hay gotas de humor negro en todo esto. De acuerdo, hay que reírse de todo, yo soy de los que cree que la burla es necesaria para ser libres, pero nunca aprobaré la broma pesada de la humillación del débil. Esto de los ‘hooligans’ es otra cosa: esto es desprecio, crueldad y una xenofobia que está calando hondo. También me pregunto, en segundo lugar, quiénes son esos hinchas. Y, claro, acabo dando con el fútbol, refugio y exponente de lo peor de la sociedad y del ser humano. En torno al fútbol se ha ido formando la cloaca espectacular de una sociedad que vive en el retrete de sí misma y lo llama palacio. Saca la bestia que llevamos dentro. En el fútbol, bajo unos colores identitarios fanatizados, se refugia la hidra de nuestro odio. Representa, asumida por todos con naturalidad, la fuerza bruta sin inteligencia, la frustración permanente, la insegura sexualidad masculina –la inestable penetración del balón en la portería, el gol como orgasmo colectivo en la grada–, el nacionalismo exacerbado, la manipulación mediática, ‘ergo’ el subsiguiente control de la sociedad, el advenimiento de los falsos profetas, de los charlatanes, de los nuevos sacerdotes hechos periodistas de neurona plana y convertidos en gurús, la simpleza y la estupidez a espuertas, los héroes de nada, los ídolos vacíos y, en definitiva, la entronización del dinero fácil (apuestas, sueldos, contratos, corrupción). Recuerdo una máxima que escribió Sánchez Ferlosio sobre el fútbol y que tituló ‘Llenar la Nada’: “El gigantesco auge del deporte, singularmente del fútbol, procede de un estado de hastío, de nihilismo; es como la sustitución de todo designio por una expectativa recurrente, rotatoria, sin fin: lo siempre nuevo siempre igual garantizado”. ¿No suena esto a una repetición de la banalidad del mal?

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados