Otra Galaxia › Listado de columnasSomos bioquímica y banderas

Somos bioquímica y banderas

Freud-Bioquimica-Halfon

 

 

 

 

 

 

 

 

20 de mayo
En 1930, Sigmund Freud pronunció un curioso discurso en la Casa de Goethe en Fráncfort. Digo curioso porque en él trató de explicar su intento de psicoanalizar al gran escritor alemán de manera retrospectiva. No me interesan excesivamente las conclusiones a las que llegó, pero sí algo que dijo acerca de la dificultad básica con que se encontró a la hora de psicoanalizar a Goethe. Creo que sirve para comprender un poco más la naturaleza de los escritores, en tanto que entraña una observación general sobre la esencia de la escritura, literaria o no, y que afecta al permanente juego entre exhibición-confesión e inhibición-ocultación. Dice esto Freud: “Esa dificultad para psicoanalizarlo se debe a que Goethe no solo era un poeta, un gran revelador de sí mismo, sino también, a pesar de la abundancia de datos autobiográficos, un cuidadoso ocultador”. Ha dado en el clavo de lo que son los escritores: reveladores de sí mismos y cuidadosos ocultadores, pese a las apariencias. Sin embargo, por lo que a mí respecta, pongo el énfasis en ‘reveladores’ (más que ‘en sí mismos’) y en ‘cuidadosos’ (más que en ‘ocultadores’). Dejamos pistas por instinto, pero borramos huellas a conveniencia. Sin duda que, como dijo el gran ocultador Pessoa, somos fingidores. Por eso Freud se las vio y se las deseó para averiguar la más mínima verdad en Goethe, llegando a la certeza de que, en realidad, era complicado hallarla en los escritores.

22 de mayo
A Zaragoza, invitado por Manuel Vilas para hablar sobre el cuerpo y la literatura. En mi turno, empiezo diciendo que el cuerpo soy yo y no lo soy, al menos ‘únicamente’. Todo lo que somos lo contamos en nuestro cuerpo o está contado por él, a nuestro pesar incluso. El cuerpo es una definición permanente de nosotros mismos, como un espejo que no podemos eludir fácilmente sin traicionarnos. Ahí están los tatuajes, las cicatrices, las operaciones estéticas, la evolución marcada con la edad… El cuerpo es lo que somos. Lo que tenemos. Lo que queda con el tiempo después de pasado nuestro tiempo, es decir, lo que termina cuando termina la vida. No termina el yo, termina el cuerpo. O lo que es lo mismo: termina el yo porque termina el cuerpo. Parece una simplicidad, pero creo que es simple de puro cierto. Descubrimos que somos tan solo un órgano. Un órgano complejo, bioquímicamente hablando (no hay otra manera de hablar del cuerpo que desde la bioquímica). Somos bioquímica.
Sin embargo, el cuerpo que me interesa es el cuerpo de los otros, porque lo que me atrapa de los otros son sus historias. Todos asumimos que el cuerpo es un libro de historias, propias e impropias, evidentes y ocultas, confesables e inconfesables. Nos gustan los cuerpos ajenos porque nos posee la curiosidad por ellos. Cuando amamos, amamos el cuerpo del otro. Cuando odiamos, lo primero que odiamos es el cuerpo del otro. El cuerpo ajeno, además, fascina, incita al descubrimiento, se abre como un libro, tiene índice, capítulos, colofón. El cuerpo ajeno tiene sílabas y es una delicia o una tortura pronunciarlas. El cuerpo ajeno sorprende o aburre, pero siempre hay que leerlo lentamente para comprenderlo. Deletrearlo. Y en ocasiones, también, el cuerpo ajeno guarda silencio; solo el tiempo permite arrancar de ese silencio el sonido del vínculo: tócame. El cuerpo siempre tiene en la piel su frontera.
De todos los viajes posibles, el viaje por el cuerpo ajeno es una de las experiencias más felices. Quizá trazar el mapa del cuerpo amado sea el mejor viaje que ofrece la vida, el que, en última instancia, da sentido a todo lo que no tiene sentido.

23 de mayo
De regreso de Zaragoza, leo en el tren un breve libro, pero maduro y magnífico, de Eduardo Halfon, ‘Monasterio’ (Libros del Asteroide), que habla de la identidad y de la memoria, y de que los cuerpos son álbumes de recuerdos y territorios de aventuras. La literatura del guatemalteco Halfon siempre deja el efecto de una ramificación asombrosa, porque indaga en su pasado familiar desde hace ya muchos libros, consecutivamente. En este relato biográfico, se parte de un viaje a Israel para acudir a una boda, pero en pocas páginas se recorren otros países y otras generaciones con las que el propio autor se enfrenta para saber quién es y de dónde procede. Lo admirable de Halfon es que, vistos sus libros en conjunto, está encadenando una gran novela personal, al ofrecer en todos un final abierto, como un ‘continuará’ permanente con el que crea el puzzle insólito de su familia. Por eso es uno de los mejores escritores latinoamericanos de hoy.

27 de mayo
Inesperadamente, me interpelan sobre la embriaguez nacionalista. Aun resistiéndome a tener que elegir una opción a favor o en contra, echo mano de mi causa abierta contra la realidad y aplico mis distorsiones de escritor enrarecido. Digo que toda bandera es un trapo, que mi patria está en mi mente, república de un mundo mestizo por antonomasia. Que veo a las ciudades no como espacios identitarios sino como a mujeres, ‘hermosas subjetivamente’, una me enamora, otras me dejan frío, pero todas me interesan. Que las palabras tienen el mismo peso que las piedras, son material de construcción. Y que quizá esas palabras-piedras se vuelven a veces armas que carga el diablo, sobre todo si es un nacionalista cerril quien las usa. Compruebo por desgracia que hay muchos así.

 

 

 

 

 

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