Otra Galaxia › Listado de columnas Barroco(s) y lectores

Barroco(s) y lectores

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30 de abril
Barroco. Después de ver la magnífica exposición de Georges de La Tour en el Museo del Prado, es obvio que en sus cuadros subyace en plenitud el discurso del Barroco, que es doble. Al decir ‘barroco’ pienso en una paradoja que forma parte de su esencia: la simultaneidad entre la quietud y la fuga. El barroco es un contexto en el que la acción se vuelve imprevisible sin dejar de ser estática. Es el extremo anómalo de la normalidad, la desubicación desviada del centro, la traslación en suspenso pero inestable. Pienso en ‘barroco’ y pienso en Severo Sarduy y en su libro ‘Barroco’, publicado en 1974 y aún hoy lleno de brillantez e intuición. Este escritor cubano, homosexual y poliédrico, actualmente quizá menos leído que en los años setenta y ochenta, definió lo ‘barroco’ como “una travesía de la repetición” y observó que, como en la astronomía de Kepler, había en el barroco una fusión entre elementos geométricos y retóricos: la elipse y la elipsis, la hipérbola y la hipérbole, la parábola y la hélice. Esta geometría simbólica, en su combinación, proporciona una nueva significación a la representación del movimiento. Todo lo barroco tiene que ver, por tanto, con el espacio, ya sea un espacio figurado o un espacio real, o ya sea ‘dentro’ un espacio figurado que es también un espacio real.

Esto adquirió sentido para mí al ver las obras de De La Tour en el Prado. Sus claroscuros que giran en torno a la poderosa luz de la llama de una vela en el centro de una acción reposada, o sus fondos absolutamente negros que sitúan en primer plano a los actuantes de sus cuadros, están en diálogo con la oscuridad, de la que parece surgir todo. De La Tour, en esto, es un buen alumno del gran –y genial– pintor barroco que es Michelangelo Merisi, el Caravaggio. Pienso en Caravaggio e inmediatamente me remito a Pasolini. Pasolini también era barroco, también mezclaba lo real con lo sublime y trenzaba imágenes y textos en un escenario en el que se iluminaba lo oscuro y se oscurecía lo luminoso. Buscador de sombras, embellecedor de la fealdad, poeta de lo político, Pasolini es de la misma estirpe que Caravaggio. Incluso se puede decir que casi mueren de la misma manera, en una playa, y por la misma causa, por ser homosexuales y espíritus indomables y críticos con el poder. Y en ambos, como en varios cuadros de De La Tour, destacan los aspectos consustanciales a lo barroco: la retórica sostenida en el vacío, la sexualidad como atmósfera permanente y el placer como expresión de la libertad. Estos extremos, retórica, sexualidad y placer, explican en parte las obras de estos artistas, más un componente que también guarda relación con lo barroco: su absoluta dimensión política. Tanto Caravaggio, como Pasolini, como De La Tour –incluso como el propio Severo Sarduy, homosexual que reacciona contra la dictadura castrista y castradora de la revolución comunista–, tienen conflictos con la autoridad de su tiempo y son reprimidos.

A este respecto, hay un párrafo de Sarduy en ‘Barroco’ que sigue siendo de una palmaria actualidad: “¿Qué significa hoy en día una práctica del barroco? ¿Cuál es su sentido profundo? ¿Se trata de un deseo de oscuridad, de una exquisitez? Me arriesgo a sostener lo contrario: ser barroco hoy significa amenazar, juzgar y parodiar la economía burguesa en su centro y fundamento mismo: el espacio de los signos, el lenguaje, el soporte simbólico de la sociedad. Malgastar, dilapidar, derrochar lenguaje únicamente en función de placer –y no, como en el uso doméstico, en función de información– es un atentado al buen sentido, moralista y ‘natural’ en que se basa toda la ideología del consumo y la acumulación. El barroco subvierte el orden supuestamente normal de las cosas, como la elipse –ese suplemento de valor– subvierte y deforma el trazo, que la tradición idealista supone perfecto, del círculo”.

1 de mayo
Lectores. Pregunta: ¿Importan los lectores? Respuesta: ¡Absolutamente! Todos somos lectores, es lo lógico que se ha de ser. Lo ilógico es escribir. Además, sin los lectores (es decir, sin nosotros todos) los libros no llegarían a justificar su existencia. Pregunta: ¿Qué novela ha de escribirse hoy? Respuesta: ¿Qué importancia tiene eso? Pregunta: ¿Una novela ha de primar el entretenimiento o ha de abrir cauces al conocimiento? Respuesta: Ya dijo Montesquieu que hay escritores que piensan y escritores que entretienen. Pregunta: ¿Hay que dar al lector criterios que expliquen, critiquen y den conocimiento o basta con hacerle pasar el (mismo) rato siempre, como propone la novela negra? Respuesta: Por principio, hay que estar en contra de la tiranía de las expectativas truncadas de los lectores. Así pues el escritor tiene una misión añadida, la de ‘fabricar’ al lector, domarlo, formarlo, crearlo como si fuera un golem, y luchar contra su tiranía. Sin embargo, esta misión de elaboración del lector encierra una especie de contrapartida vengativa: el escritor, al final, ‘mata’ al lector, ha de hacerlo. La muerte del lector es fundamental para el escritor, porque es la inevitable liberación del juicio del extraño. Si uno se fija bien, todos los grandes libros de la historia son armas homicidas contra el lector. Disparan mundos imposibles, desatan la imaginación, abocan a la felicidad inaccesible, al reconocimiento de la realidad frente al imperio de los sueños y sumergen al lector en una lenta, sutil y definitiva autodestrucción: la lectura de libros es una droga altamente adictiva. Véanse, si no, obras como el ‘Quijote’, ‘Madame Bovary’, ‘Ulises’ o ‘Guerra y Paz’. Obras que anonadan hasta abatir a cualquiera. Ya lo decía Edgar Allan Poe: “Las palabras –sobre todo las impresas– son armas asesinas”.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados