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La conferencia del 7 de diciembre de 1921

 

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A la luz del tiempo, se ha visto esa conferencia, trasladada luego a un artículo, como capital. Fundacional, incluso, porque sitúa el ángulo en el punto de vista adecuado para comprender en adelante a Joyce y su obra. Empezó la charla diciendo que, en los últimos dos o tres años, Joyce había obtenido una “notoriedad extraordinaria” entre las personas cultas de su generación. Y añadió que sus obras causaban un debate similar al que suscitaban, en sus respectivos campos, figuras como Freud o Einstein. De inmediato situó a Joyce en la misma estela literaria anglosajona de un Swift, un Sterne o un Fielding, antes de avanzar de inmediato por el meollo de su reciente polémica, la calificación de Ulises como “obra pornográfica” por parte de la Sociedad Americana para la Represión del Vicio, a la que Larbaud consideraba sustancialmente retrógrada, y puso la persecución a Joyce al mismo nivel comparativo de las que tuvieron, por “inmorales”, Flaubert y Baudelaire (dos nombres muy cercanos a la formación literaria del propio Joyce), así como Walt Whitman, el gran referente de libertad literaria y moral para Larbaud.
Acto seguido, trazó un “indispensable” perfil biográfico de Joyce. En él, entre otras cosas y cometiendo ligeros errores, Larbaud destacó sobre todo el interés del escritor irlandés por la filosofía y las matemáticas y subrayó la huella profunda que había dejado en la obra de Joyce su paso por los jesuitas. Seguidamente, se refirió a su situación en el contexto irlandés. En esos años precisamente, Irlanda se hallaba en el centro del huracán de su conflicto histórico, materializado por su inminente independencia del Reino Unido, que se producirá, con desgarros, el 6 de diciembre de 1922 y no sin la violencia previa de una guerra. Destacó también Larbaud la ausencia de “militancia patriótica” en Joyce y su toma de postura imparcial, sin comprometerse ni con los nacionalistas ni con los unionistas. Sin embargo, “hay que reseñar –dijo Larbaud– que al escribir Dublineses, Retrato del artista adolescente y Ulises, ha contribuido tanto o más que los héroes nacionalistas a atraer el respeto de los intelectuales de todos los países hacia Irlanda. Su obra redunda en Irlanda, o más bien da a la joven Irlanda una fisonomía artística, una identidad intelectual”. Y remató diciendo que “con Ulises, Irlanda vuelve a entrar en lo más alto de la literatura europea”.
Luego, con una enorme lucidez crítica, examinó las obras de Joyce publicadas hasta entonces: los poemas de Música de cámara –sobre los que hizo hincapié, por primera vez, en su vinculación con las canciones isabelinas del siglo XVI–, los relatos de Dublineses –en los que, lejos del mero naturalismo con el que habían sido identificados, Larbaud vio una asombrosa modernidad y un “preludio de las futuras innovaciones” acometidas por su autor en adelante–, la novela Retrato del artista adolescente –a partir de la cual “Joyce es él mismo y nada más que él mismo”– y, finalmente, el Ulises, aunque también mencionó solo de pasada, por falta de tiempo, la obra dramática Exiliados. Su objetivo, claro estaba, era llegar al Ulises habiendo hecho una adecuada presentación preliminar de su autor y del resto de su obra, demostrando que, en cierto modo, sus libros precedentes preparaban o avanzaban muchos de los hallazgos literarios que madurarán en Ulises.
Comenzó diciendo que era un libro que fascinará a los lectores de Rabelais, Montaigne y Descartes, pero que sería abandonado en la página tres por un lector que no fuera mínimamente culto. La clave estaba, pues, en conocer (o desconocer) la plantilla literaria sobre la que edificaba Joyce su gran novela: la Odisea. Y dijo que esa clave ya estaba evidenciada en el título, a priori extraño: Ulises. ¿Por qué Ulises, si ninguno de sus personajes se llama así?, se preguntaría cualquiera.
El plan de los dieciocho bloques o capítulos de la obra de Joyce era el plan de la Odisea. Telémaco tenía su correlato en Stephen Dedalus, Odiseo (Ulises) en Leopold Bloom, Penélope en Molly Bloom, y así sucesivamente los episodios y los personajes joyceanos hallaban su refrendo en la obra homérica. Pero Joyce iba incluso más allá que eso, no se quedaba en una mera “parodia” de la obra de Homero. Cada capítulo respondía a una ciencia o a un arte concretos o a un símbolo particular, representaba un órgano determinado del cuerpo humano, poseía su color específico, desarrollaba su técnica literaria y narrativa propia y, en tanto que episodio, correspondía a una de las horas del día en que acaecía toda la historia. “Un verdadero mosaico”, así lo definió Larbaud. Ese plan joyceano fue revelado por primera vez en esa conferencia y supuso una revelación cuyo alcance crecería críticamente con los años. Así pues, Larbaud hizo la comparación analógica –casi desentrañando el esquema que le mostró Joyce alguna vez– con la Odisea de Homero. Desde esta perspectiva de Larbaud, toda la crítica posterior empleó su comparativa. La Odisea fue el origen de la obra y significaba la clave para entenderla.
Lúcidamente, Larbaud reveló algunas de las perspectivas del libro, en total sintonía con la intención de su autor, como cuando explicó que “Bloom y Stephen [Dedalus] son como vehículos con los que atravesamos el libro instalados en la intimidad de su pensamiento, y a veces en el pensamiento de otros personajes”. O cuando determinó que “todos los elementos se funden constantemente los unos en los otros […] en un movimiento permanente”. Calificó, en suma y de manera certera, el Ulises como “una obra muy viva, muy emocionante y muy humana”.
Concluyó Larbaud su exposición aclarando de forma pormenorizada dos aspectos que podrían deformar el verdadero espíritu del libro. Uno era el pretendido carácter licencioso de Ulises. En este sentido, Larbaud dejó muy claro que en absoluto era un libro obsceno, sino que era profundamente humano, en tanto que “representa al hombre moral, intelectual y psicológicamente en su integridad”, integridad que comprendía, cómo no, su vida sexual, tanto fisiológica como psíquica, y lo hacía por medio de los “monólogos interiores” de los personajes y no desde la narración objetiva. El segundo aspecto susceptible de una torva interpretación, con el que puso punto final a su conferencia, era la naturaleza judía de los protagonistas principales –Bloom, Dedalus y Molly–, algo extraño en el ambiente inequívocamente irlandés del Dublín de la época. Dejó muy claro Larbaud que esa naturaleza judía respondía a aspectos que Joyce nunca había especificado, pero que “evidentemente, no es por antisemitismo”. Punto final. Así, un tanto abruptamente, acabó la conferencia.
Él mismo leyó después fragmentos de la obra –los traducidos por Benoîst-Méchin, con ayuda de Fargue–. En concreto la lectura fue de “Telemaquia”, “Las sirenas” y “Penélope” (de esta parte, eliminó algunos párrafos, lo que a Joyce le pareció irrelevante, en realidad).
Luego Adrienne Monnier presentó a Jimmy Light y antes de que él actuara, matizó que algunos párrafos “eran audaces”, para prevenir una vez más del aspecto provocativo o escandaloso. Hubo en ese momento un corte de luz que se demoró unos largos minutos. Nadie se movió. Pero hubo bromas con el apellido del actor. Aquel apagón coincidente con tan “luminoso” apellido se volvió una casualidad muy ulisiana y se celebró con humor por la concurrencia.

 

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Al término de la lectura, hubo largos y sonoros aplausos. Estos aumentaron cuando Joyce salió de donde estaba escondido. O, más bien, fue obligado a salir. Joyce había permanecido todo el tiempo detrás de la cortina de la trastienda (otras fuentes dijeron que era un biombo). Larbaud lo sacó de allí para que recibiera los aplausos del público, que fueron un torrente. Lo abrazó, excitado por los vítores (Sylvia Beach especificó que Larbaud le plantó dos notorios besos en las mejillas). Joyce, vergonzoso y tímido, no sabía qué hacer, ya que todo lo sonrojaba: el abrazo, los besos, los halagos, la lectura, los aplausos. El incremento de suscriptores fue notorio, a partir de ese día (en noviembre solo habían llegado a 400). El plan de Larbaud con las dos amigas libreras había triunfado sobradamente.
¿Quién estuvo? Hay poca información al respecto. Se sabe que todos los escritores jóvenes de esa orilla del Sena acudieron, pero nadie los detalla. Se sabe que Pound no fue y su ausencia fue muy significativa. Marie Laurencin sí estuvo. Fue acompañada de un noble y pagó al día siguiente 50 francos por medio del propio Larbaud. Paul Valéry asistió (pero jamás se suscribió al Ulises ni lo estimó como gran obra). No consta que asistiera nadie de la familia de Joyce.
Al día siguiente, Larbaud escribió a Monnier que la velada había sido “un golpe de fortuna para Joyce”. En esa carta le decía asimismo que había recibido esa tarde un magnífico ramo de rosas, en cuyo interior había un pequeño sobre vacío. No había reconocido la letra del sobre. “Mystère”, concluyó Larbaud.
El 11 de diciembre apareció en The Observer un artículo anónimo titulado “James Joyce and his Chef-d’oeuvre”. Cuando Sylvia se lo envió a Larbaud, este le contestó, después de leerlo, que era “sobre todo bueno para Joyce”. La conferencia tuvo mucho éxito y se publicó en inglés en The Criterion. Gracias a Larbaud, T. S. Eliot hizo una lectura parecida en su ensayo sobre el Ulises publicado en noviembre de 1923 en Dial, “Ulysses, Order, and Myth”. En cuanto al texto de Larbaud, el número de abril de la N.R.F. publicó su conferencia/artículo sobre Joyce. Tiempo después, lo recogió en su libro Ce vice impuni, la lecture. Domaine anglais.
Una vez aclamada la obra gracias a aquel evento público y a aquella afortunada conferencia/presentación, lo único que faltaba ya era la aparición del libro en sí “de una maldita vez”. Como es sabido, la publicación llegó después de que Sylvia Beach presionase mucho al impresor de Dijon, Maurice Darantière, para que Joyce recibiera un ejemplar el 2 de febrero de 1922, día de su cuarenta cumpleaños. Larbaud recibió un ejemplar, enviado por Sylvia, el 7 de febrero. La ironía de la vida querrá que sea también un 2 de febrero, pero el de 1957, cuando Larbaud fallezca en Vichy. La magia de las fechas, su orden o su desorden, rigieron las vidas de ambos escritores, unidos por la obra inmortal que es Ulises.

 

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Publicado en la revista Ravenswood.

 

 

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