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La conferencia del 7 de diciembre de 1921

Para ello, Larbaud leyó y releyó todo lo que había publicado Joyce hasta la fecha. A raíz de ello, los dos escritores empezaron una profunda amistad. Muestra del alcance de su relación personal fue que Larbaud le dejó su propio piso de la rue Cardinal-Lemoine a la familia Joyce al completo (James, Nora, Lucia y Giorgio) a mediados de mayo, mientras él hacía una estancia prolongada en Inglaterra. Pensaba pasar unos tres meses por allí, entre Londres y otras ciudades, impartiendo unas conferencias sobre poseía francesa moderna y ultimando su novela Amants, hereux amants. Tal como cuenta Sylvia Beach en sus memorias, Larbaud le dejó el piso a Joyce porque este, que iba a operarse de los ojos, sufrió repentinamente un agudo ataque de iritis (inflamación del iris). “Decidió –cuenta ella– que un hotel no era un lugar demasiado cómodo para un enfermo e invitó a los Joyce a instalarse en su apartamento, lo que fue muy amable por su parte y también algo sorprendente, conociendo la forma peculiar de su vida de hombre soltero (se casó más tarde)”.
La casa estaba en el 71 de la rue Cardinal-Lemoine (hoy en día hay una placa rememorativa). Se hallaba detrás del Panthéon, bajando de la colina de Sainte Geneviève. El piso se ubicaba dentro de una especie de plaza interior llena de árboles frondosos. Era un lugar retirado y agradable. Sylvia Beach describe así la casa: “De pequeñas y cuidadas habitaciones, con brillantes suelos, muebles antiguos, soldaditos de plomo [una de las pasiones de Larbaud, sobre la que escribió más de un texto] y valiosos libros primorosamente encuadernados”. Joyce –cuyos ojos estaban vendados– ocupó la cama de Larbaud. ¿Con Nora, su mujer? No se especifica en ninguna fuente, pero es de suponer que sí.


El poeta Robert McAlmon visitó con frecuencia a Joyce en esa casa. Junto con Sylvia Beach y Adrienne Monnier, McAlmon fue uno de los sostenedores financieros de los Joyce. Ya hacia el final de los meses que estuvieron en casa de Larbaud, los Joyce recibieron también a Wyndhan Lewis, un verdadero cotilla. Lewis había ido a verlos porque Joyce le invitó a subir “para conocer el piso de Larbaud”. Tiempo después, en sus escritos de dudosa gracia, Lewis contó su impresión de aquella visita. Se acercaba la fecha de abandonar el apartamento ante el inminente regreso de su dueño y Lewis comprobó, espeluznado, cómo toda esa familia atípica, holgazana, y caótica se despreocupaba de la realidad que la circundaba. Debido a su imprevisión, los Joyce no hallaron piso ni lo buscaron. Dejaron la casa a finales de septiembre. Hubieron de regresar al lamentable e inhóspito hotel de la rue Université donde habían residido antes. Larbaud regresó a primeros de octubre con la idea del artículo en la cabeza.
Por otra parte, Joyce se había pasado casi medio año 1921 corrigiendo pruebas y avanzando en la finalización del libro. En una carta a Miss Weaver escrita en la época en que estaba en la casa de la rue Cardinal-Lemoine, entre otras plañideras quejas, terminaba diciendo que “la única persona que sabe algo digno de ser mencionado sobre el libro es el señor Valery Larbaud, quien se encuentra ahora en Inglaterra”. Ello se debió a que Joyce había decidido prestarle o mostrarle el “complejo plan” de Ulises antes del viaje a Inglaterra de su amigo. Por tanto, Joyce habría comentado con Larbaud todo el plan de la obra, lo que llamaba el “sumario-clave-esqueleto-esquema”, es decir, el croquis de sus referencias odiseicas. Ahí estaban las relaciones paralelas con la Odisea y las equivalencias y técnicas narrativas aplicadas a cada capítulo. Eso suponía un salto cualitativo para la comprensión de la obra, y en general, también para la historia de la novela en sí.
Igualmente, en algún momento antes o después del viaje de Larbaud a Inglaterra, hablaron del “monólogo interior”. Gracias a una sugerencia de Joyce, Larbaud descubrió en la obra Les lauriers sont coupés (1887), de Édouard Dujardin, esa técnica narrativa que Dujardin empleó sin saberlo. Aplicada extendidamente por Joyce en Ulises, el propio Larbaud usaría esa técnica de flujo de conciencia en algunas de sus propias obras, como en Amants, hereux amants, publicada ese otoño de 1921 y dedicada, obligadamente, a Joyce. El término de “monólogo interior” no fue acuñado por Édouard Dujardin, sino por el propio Larbaud, quien, según dijo, había tomado la expresión de un libro de Paul Bourget, Cosmopolis (1893). Larbaud supo hallar un rastro de tradición de esa técnica de “pensamiento emergente sin cortapisas” en el mismísimo Montaigne, así como en la poesía dramática de Robert Browning y en algunos libros de Dostoievski. También en figuras jóvenes contemporáneas que empezaban a descollar, como William Carlos Williams.

 

3

 

Empezaron, pues, los preparativos de la conferencia. Se fijó la fecha: sería el miércoles 7 de diciembre. En este asunto de las fechas, hay algunas en torno a Joyce que ya son míticas: una es el 2 de febrero, día de su nacimiento (2 de febrero de 1882) y día de la publicación de Ulises (2 de febrero de 1922); otra es el día de su fallecimiento (13 de enero de 1941); otra, quizá la fecha más famosa de la historia de la literatura, es el 16 de junio de 1904, día en que transcurre la acción del Ulises y que es conocido mundialmente como el Bloomsday. Pues bien, se podría decir que la del 7 de diciembre de 1921 tiene su peso mitológico en ese universo joyceano.
Se hizo una gran convocatoria para que acudiera el tout-Paris literario de vanguardia. Se anunció que en la sesión se cobrarían, excepcionalmente, 20 francos. La suma sería destinada por entero a ayudar a Joyce. Se agradecía de antemano si alguien deseaba abonar una cantidad superior para tal fin. Sobre el temor a lo escandaloso sexual de los textos elegidos, escribiría Sylvia Beach que “en la patria de Rabelais, sorprendentemente, el Ulises era demasiado atrevido para la Francia de los años veinte”. Por eso, de hecho, el propio Larbaud había sugerido que se pusiera en el programa la siguiente advertencia en previsión de un público quisquilloso: “Algunas de las páginas que se leerán son de una crudeza poco común y pueden legítimamente herir su sensibilidad”.

El plan consistía en que se leyeran varias páginas de Ulises en inglés y en francés. La lectura en inglés del capítulo Sirens le fue propuesta al actor norteamericano Jimmy Light, que aceptó con mucho gusto. En cuanto a la versión francesa, Adrienne Monnier le encargó en octubre la traducción de ciertas páginas a su amigo Jacques Benoîst-Méchin, de veinte años, gran admirador de Joyce. Este joven aspiraba a ser compositor musical y el trato con Joyce le causó la indeleble impresión de haber estado con un genio absoluto. Ambos, durante las semanas en que hubieron de trabajar juntos, se cayeron realmente bien, con enorme simpatía. Benoîst-Méchin pasará a la historia por dos hechos: uno, porque, gracias a la iniciativa de Monnier, será el primer traductor de Ulises a una lengua no inglesa. Y dos, por ser el causante del final de Ulises, ese “Sí” de Molly Bloom que es toda una declaración vital y femenina, ya que Benoîst-Méchin convenció a Joyce de que su idea de terminar el libro con un “sí quiero” tendría mucho mayor efecto sonoro y enfático añadiendo un “sí” final y rotundo: “y sí dije sí quiero Sí”. Joyce aceptó su sugerencia.
El 5 de octubre, Larbaud escribió a Monnier para anunciarle el inicio de una “clausura” en la que se encerraría para trabajar en la conferencia, y también le habló, para preocupación de su amiga, de una “grandísima crisis de tristeza” (la cual se la pasará un mes más tarde, en cuanto la aparición de Amants, hereux amants a primeros de noviembre tenga una excelente acogida crítica). Larbaud acabó la conferencia el martes 6 de diciembre, el día previo al evento. Tal como dijo en carta de ese día a Monnier, escrita desde la cama, la terminaba “esta mañana a las 6.00 h.” Y exigía que se revisase la traducción otra vez por Léon-Paul Fargue, poeta y gran amigo suyo, más por la propia Monnier y por el traductor Benoîst-Méchin, lo que auguraba una noche en blanco para todos.
Se llegó así al miércoles 7 de diciembre. Sería el día en que, por primera vez, el público francés –y cualquier público en general– iba a escuchar algo sobre este autor y esta obra. Hasta entonces tan solo los lectores de las revistas anglosajonas en las que se habían publicado capítulos de Ulises habían tenido ocasión de acceder parcialmente a la obra. Ese miércoles aquel acto masivo sería un rito de paso, más que una conferencia.
La conferencia de Larbaud en La Maison des Amis des Livres empezó a las nueve de la noche en punto, como exigía el programa. Pese a que en la convocatoria se hablaba expresamente de que el límite de plazas era de cien, había unas doscientas cincuenta personas repartidas en las dos estancias de la librería. Las dos ayudantes de Monnier, Marie-Louise e Irma, no daban abasto en colocar a la gente y en cobrar la entrada. Larbaud estaba excesivamente nervioso. Adrienne Monnier tuvo que darle una copa de coñac para que recobrase el valor. Salió delante del público, quizá el más numeroso ante el que había tenido que hablar en toda su vida. Se sentó en uno de los lados de la mesita usada habitualmente en las sesiones de lectura de la librería, se mojó lo labios con un vaso de agua y empezó a leer su conferencia.


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