Aub, Larrea, Bergamín (II)
Bergamín se dio a conocer, en 1923, con un libro
de aforismos, 'El cohete y la estrella', del que Salinas en su momento
consideró ejemplo de “pensamiento sutil, esquivo, de noble ambición
espiritual”. Su vinculación a las vanguardias es esporádica, y en el
libro citado apenas se ven –aunque las hay– reminiscencias de los “ismos”
reinantes. Tuvo su escuela en Juan Ramón Jiménez (quien años más tarde,
en las caricaturas de una línea que hacía para El Sol retrató a su pupilo
como “delgado y largo de estirarse a cojer pájaros incojibles”), en
Valle-Inclán, Nietzsche, Pascal y Cocteau. Pero sobre todo en Cervantes
–su gran obsesión–, Unamuno y Bécquer. Con el aforismo, Bergamín podía
dar rienda suelta a un tipo de idea lanzada con filo de cuchillo. De
fuerte educación religiosa, revistió su pensamiento con la atormentada
heterodoxia a lo Maritain, con honda crítica y honesta dureza. Parafraseando
al profesor Mainer, quiso dar al arte puro un estremecimiento religioso
y a la paradoja una profunda humanidad.
Max Aub frecuentó las corrientes de última moda de Madrid y Barcelona,
y gracias a sus viajes trabó contacto con sus modelos europeos, contra
cuyos excesos gratuitos fue crítico. Él mismo se inició escribiendo
dos novelas de lleno entroncadas en aquella deshumanización feroz de
una literatura esteticista: 'Fábula verde' y 'Geografía', pero habría
de dar la talla del gran novelista que fue más tarde (de lo cual es muestra
su ciclo 'Laberinto mágico', que aglutina los libros de 'Campos', y
la genial novela 'La calle de Valverde') con 'Luis Álvarez Petreña' (1934),
biografía de un escritor vanguardista que, obviamente frustrado por la
inanidad de su arte, acabará suicidándose. A raíz de este libro, Aub
se centra en una literatura de compromiso humano y ético-político. Despreciará
cuanto se aparte de esta línea trazada en un realismo que Soldevilla
Durante ha calificado de “transcendente”, una literatura cuya esencia
es el hombre interior, y no los meros hechos.
Aub definió sus libros como “realistas en su figura e imaginados por
los adentros”. Sin embargo no significa esto que Aub sea un escritor convencional.
Experimentó con la narrativa; sus novelas están abiertas a cuantas formas
logren el fin de dar luz a ese “hombre interior”. Abunda en el tono moral
de la existencia (rechazó lo superfluo y lúdico por insustancial), donde
el diálogo ocupa una parte considerable, fruto sin duda de la gran influencia
que el teatro ejerció siempre en él. Así, la novela se convierte en representación,
en cúmulo de voces que actúan y, mediante el estilo indirecto libre (tan
flaubertiano), el narrador se introduce con entera libertad de exposición.
Incluso puede verse en Aub una clara huella del cine, algo que fascinó
a toda su generación por igual, pero que sólo él (si exceptuamos a Buñuel)
aplicó a su arte como técnica literaria, y además escribió un gran número
de guiones que se filmarían en México.