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Aub, Larrea, Bergamín (I)

De la nómina de autores que formaron la Generación del 27 suelen descolgarse Max Aub, Juan Larrea y José Bergamín como tres fantasmas que algunos incluyen, ateniéndose por lo general a razones de cronología, y otros excluyen especialmente por motivos literarios. Dos autores más podrían engrosar también esta línea de sombra que producen los destellos de aquel grupo dorado: José María Hinojosa, gran surrealista, y Fernando Villalón, pero sus obras no han tenido la importancia de los tres anteriores, siquiera sea porque Villalón murió en 1931 e Hinojosa fue asesinado en Málaga al brote de la Guerra Civil. La tangencialidad de Bergamín, Aub y Larrea con la Generación del 27 no es simple cuestión de nóminas rigurosas. Aquel fue un grupo eminentemente poético, y la relación de estos tres autores con la poesía no tiene una definición suficiente. Juan Larrea escribe poemas hasta 1932, y luego nunca más. Incluso en aquel tiempo no publicó libro alguno. Preparaba, no obstante, su único volumen, 'Versión celeste', que, acabado en aquel año, no vio la luz hasta 1969. Bergamín, en cambio, no escribe poemas hasta muy tarde (su primer libro de versos se editó en 1962), actividad que ocuparía sin embargo su etapa madura de escritor. Max Aub, como se sabe, es novelista a secas. No intentó la poesía bajo ninguna tentación.

Retrato de Max Aub

Ellos mismos, por otra parte, no se consideraron jamás miembros de esa porción de escritores áureos que fue “el 27”. Bergamín no llegó a consentir aquella clasificación de “Generación del 27”. Él prefería utilizar siempre el término, más acorde con lo que la historia venía dictando, de “Generación de la República”. Y aún así, las relaciones con determinados miembros coetáneos suyos, dado ese catolicismo heterodoxo y sanguíneo que llevaba dentro, no fueron muy buenas, por lo que no gustaba de ser incluido en aquellas filas. Larrea, que abandonó España en 1926 para instalarse en París, no regresando a la Península hasta 1977 y sólo de turista, difícilmente puede encuadrarse en algo que apenas vivió. Además, la mayoría de su obra está escrita en francés. Y Max Aub criticó con violencia el arte deshumanizado que concibió Ortega y cuyas ideas alimentaron buena parte de la estética veintisietista. Llegó incluso a escribir que Ortega, con su habitual desprecio por los demás, “castró a sus discípulos y reverenciadores, que quizá no se sentían tan aparte como él”.

Los tres tuvieron mucho que ver con las vanguardias españolas de la época, sobre todo con la inclusión del surrealismo como poética a imitar. El crítico italiano Vittorio Bodini llama a Larrea “padre del surrealismo español”. Y realmente toda la poesía de Larrea es de una fuerza surreal genuina. Los años que pasó en Francia, aparte de angustiosos anímicamente, lo cual es un caldo de cultivo apropiado para la pulsión y sondeo del subconsciente (la poesía, así, es una salida de urgencia rebelde, atacante del yo y del mundo), fueron años de intensa amistad con algunos destacados surrealistas. Allí conoció y trató a Breton, Tzara, Huidobro y a su entrañable César Vallejo, quien le introdujo en la vida bohemia y el consumo de drogas. Con él fundó la famosa revista Favorable-París-Poema, muestra y puerta del mejor surrealismo parisino. Con Vallejo y Gerardo Diego, del todo arrebatados por las vanguardias, creó lo que vino a llamarse “Creacionismo”, una de las bases del “Ultraísmo” sobre las que se sustentaría la estética del 27. Alberti, Lorca, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Guillén, Aleixandre y otros bebieron de aquellas fuentes, si bien luego asimilaron aquel líquido de arte puro como les vino en gana.


 

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