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V

Valle-Inclán, Viaje al fin de la noche, Vilariño

 

 

 

 

 

 

 

 

Valle-Inclán (Ramón del).- Escritor clave de la modernidad literaria europea, da un placer luminoso leer a Valle-Inclán (1866-1936). Tan grande como Proust o Faulkner, infinitamente mayor que García Márquez y un titán comparado con los novelistas actuales. Leerlo equivale a surcar el mar conocido de la propia lengua como si esta hubiera cambiado en un océano remoto y fascinantemente nuevo. Sus novelas, inesperadas para el lector de hoy, combinan unos diálogos jugosísimos y una vivaz narrativa de cronista. Ahí están las maravillosas Sonatas, que son las memorias del imaginario Marqués de Bradomín, un cúmulo de aventuras y vivencias. O sus primeras novelas de absoluto protagonismo femenino, como Femeninas o Epitalamio. Creador de personajes y de sombras, es un novelista total: relata viajes, humanidad, amores, devenires, política, historias de la Historia, lances, batallas y descomunalidad. La guerra carlista sigue asombrando por cercana; El ruedo ibérico no ha perdido un ápice de su condición de crónica sarcástica de la España política, igual la de ayer que la de hoy; Tirano Banderas sobrecoge por su modernidad (véanse Venezuela y demás dictaduras). De toda su obra se ha apoderado el humor irónico, que tiene en sus voces –esos diálogos antológicos– la mayor expresión del decir de un pueblo cruel, socarrón y alevoso: el español de siempre, con su mirada de estilete. Escritor mayúsculo.

Venecias.- He aquí algunas de las que hay: la de Thomas Mann, en Muerte en Venecia, con ese inolvidable Aschenbach decadente. La de Joseph Brodsky en Marca de agua, delicioso retrato vital de la ciudad. Y la de Venecias, de Paul Morand. Morand es un personaje pintoresco, tendente a bon vivant detestable: diplomático del gobierno de Vichy, acusado de colaboracionista, marido de una rumana rica por la salvación de cuya fortuna manipuló lo indecible, expoliador de arte, fascistón de mente, prosista de derechas lujosas, viajero a lo grande, en fin, uno de esos escritores a los que Malaparte habría calado a la primera. Nos dejó, eso sí, un libro sutil y sorprendente a más no poder: Venecias (1971), obra por la que merece el rescate del olvido. Suma de recuerdos en dos tiempos: los años 20-30 y los 70, biografía, diario, recuerdos, chascarrillos, amor por la “gran vida”, agudo ensayo literario, síntesis de una Europa periclitada y esbelta, en fin, libro mosaico de un hijo de su tiempo.

Verdad.- Resultado de ser lo que se es. La literatura, pese a parecer lo contrario, es una de las formas que adopta la verdad para ser tal. No confundir nunca con sinceridad, y menos aún con testimonio, aspectos ambos demasiado parciales, con impurezas y distorsiones. La verdad está en los libros, pero hay que saber buscarla. En eso consiste parte del trabajo de la lectura. Desde Homero, la ficción ha venido siendo el modo más astuto de revestir a la verdad para no sucumbir a la mentira, ese microbio de la intención.

Viaje al fin de la noche.- Hay tres Céline: el antisistema, el antisocial y el antisemita. De todos ellos, creo que el autor de Viaje al fin de la noche (1932), novela furibunda contra las guerras, la hipocresía patriotera que las ensalza y el sistema de carnicería que producen, es, sin duda alguna, uno de los mayores escritores de todos los tiempos. Esa novela que dejó clavado a Onetti para toda la vida, según confesó, es un libro que sacude de arriba abajo a cualquiera. Pero solo escribió esa obra maestra. Luego Louis-Ferdinand Céline se torció: entró en la senda de una narrativa solipsista, basaba en entrecortar el relato permanentemente con balbuceos y fraseos llenos de rencor hacia todo lo humano (para mí, seudoliteratura). Y finalmente, se convirtió en un estúpido panfletista antijudío. Lástima que de él se recuerde más su cretinismo que su (única) gran obra. Después de 1932, todo lo demás, incluido él mismo, sobraba.

Vida(s).- La vida es un género literario en sí. Véase una short list: Vidas minúsculas, de Pierre Michon; Vida de Benvenuto Cellini; Vida del señor de Molière de Mijail Bulgakov; Vida Instrucciones de uso, de Georges Perec; Vidas imaginarias, de Marcel Schwob; Vida de poeta, de Robert Walser; Vida y destino, de Vasili Grossman; La verdadera vida de Sebastian Knight, de Nabokov; Vida de este capitán, de Alonso de Contreras. Y así, una tonelada más.

Vilariño (Idea).- Esta descomunal poeta uruguaya (1920-2009), feminista, de lírica electrizante, con un verso crítico más demoledor que toda la obra de Neruda junta, tiene una poesía directa, pero nada simple, que estremece. Hace de lo microscópico (en el amor, en la visión de la realidad, de los objetos, de las tragedias, de las luchas) un panorama gigantesco. A medida que se lee su Poesía completa, más se descubre el vínculo subterráneo que existe entre ella y las grandes poetas del siglo XX. Por ejemplo, la de Vilariño tiene muchos contactos con la de Tsvetáieva. Pero sucede lo mismo entre poetas como Pizarnik, Storni, Szymborska, Ajmátova, Sexton, Alegría, Figuera, Bishop o Sachs, por citar los apellidos de algunas de las grandes mujeres con las que se emparenta Vilariño. Quizá sea momento de ponerla(s) en su muy elevado sitio.

Voces.- Con este título, el novelista norteamericano de origen austriaco Frederic Prokosch (1909-1989) publicó en 1983 sus memorias. Resulta una obra apasionante, en tanto que da cuenta de ciudades, historias y figuras de Europa y América de todo el siglo XX, como Henry James, Nabokov, Kafka, Gide, Chéjov, Malraux y muchos más. Prokosch recuerda en estas páginas al estilo y el ambiente de otro libro similar, París era una fiesta, de Hemingway. Ambos libros podrían fundirse en una sola obra común y no se notarían las escasas diferencias. Como novelista, Prokosch le debe mucho a Papá Hem.

 

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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