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Abecedario.- Este que empiezo hoy, por ejemplo, uno entre tantos. Hay abecedarios para dar y tomar. Los hay personales, propios (por raros), ocurrentes, metódicos, casuales… Pero sobre todo arbitrarios. La arbitrariedad es lo que más gusta de los abecedarios privados.  Son una forma de conocimiento aleatorio y sorpresivo. Porque todo puede caber en un abecedario y un abecedario lo puede contener todo. Entonces se convierte en una especie de enciclopedia particular (como la ‘Nueva Enciclopedia’, de Alberto Savinio). Los abecedarios parten de una convención, pero en realidad son un mundo selvático y frondoso, ordenado solo por el azaroso inicio de una palabra. Y este orden cumple la ley por antonomasia de cualquier abecedario: nada va a llegar antes que lo que tiene que llegar después. Por eso se parecen tanto a la vida.

Alegría.- Hay un delicioso cuento de Chéjov que se titula así, “Alegría”. Es muy breve y verdaderamente contagia al lector un atisbo de entusiasmo, de esos que le dejan a uno el rictus torcido. El mismo que acaba teniendo la madre del protagonista del cuento, cuando su hijo le transmite la inmensa alegría de haber visto publicado su nombre en el periódico en una insignificante noticia donde se informa de un accidente del que él ha sido una de las víctimas.

Amor (Pistas sobre el).- Leer la novela de David Grossman ‘Véase: amor’. Admirar un cómic maravilloso titulado ‘Un océano de amor’, de Lupano y Panaccione. Sonreír ante lo que del amor decía Balzac: “entre los amantes, ellas acaban sufriendo y ellos terminan aburridos”. Quizá del amor lo mejor que se puede decir es que se trata de una deliciosa enajenación de duración variable cuyos implicados terminan hablando idiomas distintos.

Antaño.- A medida que pasa el tiempo, y me refiero al paso inmisericorde de los años, la palabra ‘antaño’ cobra todo su sentido. Todo lo que uno piensa o recuerda está tamizado por una enorme cantidad de tiempo acumulado, y ese tiempo acumulado pasa a ser un lugar que se convierte en lejanía. ‘Antaño’ es la lejanía donde vive lo que ya está muy deformado por la memoria pero aún es añorado. La palabra ‘antaño’ remite a François Villon y a aquella balada suya en la que se repite el estribillo de “Pero ¿dónde están las nieves de antaño?” con melancólica ironía.

Árbol.- El ciprés de Delibes cruza la novela con su sombra y se queda a vivir en nuestra infancia. Las palmeras de Paul Bowles fluctúan en la noche marroquí y amparan siempre oscuros momentos de deseo huidizo. El olmo de Machado y los pinares de Pavese inducen a volver la vista atrás. En ‘La acacia’, de Claude Simon, una de sus novelas más impresionantes, el árbol sale al final y parece que se despierta, se agita y se despereza. Como la memoria. En la literatura, los árboles suelen remitir al pasado, quizá porque los árboles son grandes y viejos y, desde su inmovilidad, son testigos de la movilidad del mundo.

Arthur.- Mucho y muchos han escrito sobre Arthur Rimbaud. Y aún lo harán, porque su mito es inagotable. Pero hay tres textos donde se escribe sobre Arthur (más que sobre Rimbaud) que son extraordinarios. Dos son sendos libros breves: ‘Rimbaud el hijo’, de Pierre Michon, y ‘El tiempo de los asesinos’, de Henry Miller. Pero el mejor de todos es el primer capítulo de ‘Aniceto o el panorama, novela’, de Louis Aragon, donde un Rimbaud anciano cuenta su vida convertido en fantasma.

Atlas.- Julian Gracq escribió un atlas urbano de Roma en ‘Alrededor de Siete Colinas’, y otro de Nantes en ‘La forma de una ciudad’, libro este en el que le encuentra un parecido con Madrid. El breve opúsculo de Georges Perec ‘Tentativa de agotar un lugar parisino’ es un esfuerzo por hacer un atlas pormenorizado de una parte de París. Describe hasta la extenuación todo, absolutamente todo cuanto sucede en una calle parisina en un momento dado, como si se tratara de una instantánea congelada de la realidad. Los libros sobre ciudades son una variante de los mapas.

Auschwitz.- En Polonia, en Wroclaw, estuve en un acto en que alguien me reprendió por decir la palabra ‘Auschwitz’. “En Polonia nunca ha existido ese término. Nuestro término es Oswiecim. No podemos consentir que se llame a nuestro pueblo como lo llamaban los alemanes”, me dijo airado. Era un hombre bastante mayor. Recordé entonces ‘Shoah’, la película de Claude Lanzmann, en la que los polacos, ellos solitos, se delatan a sí mismos como cómplices de los nazis, en materia de exterminio judío. Miraron para otro lado, se quedaron con sus posesiones y no movieron ni un dedo por salvar sus vidas. Para saber de Auschwitz hay que leer el comic (ya universal) ‘Mauss’, de Spiegelman. Para saber de Polonia, hay que preguntar a un psiquiatra.

Autopista.- Las autopistas alejan de las ciudades, pese a parecer que las unen. Dejan a las ciudades fuera de los viajes, porque no hacen posible que los vehículos entren en ellas, tan solo las circundan. Las autopistas prescinden de la detención. El único caso de anulación de la autopista (“era un rumor en la distancia”) lo protagonizaron Julio Cortázar y Carol Dunlop, quienes, en 1982, invirtieron treinta y tres días en recorrer la autopista París-Marsella deteniéndose en cada estación de servicio, en cada área de descanso y en cada pueblo que les interesaba. De su lento viaje nació esa raro libro de viaje y fiesta que es ‘Los autonautas de la cosmopista’.

Azathot.- Título del fragmento de un extraño libro de Lovecraft quizá perdido. Así llama “al hombre que viajó más allá de la vida en busca de los lugares a los que habían huido los sueños del mundo”. Son solo dos páginas, pero está todo Lovecraft en ellas. Y todos nosotros también.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla el 1 de octubre de 2016

 

 

 

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